Madre

por Erica Echilley

Las cortinas amarillas se deslizan etéreas. El suave calor de una primavera en falta se va adentrando por la ventana. Las fotos cuelgan de la pared que Madre una vez supo pintar. Las rajaduras dibujan un mapa difuso, se entrelazan con el temblor de lo incomprensible y lo aberrante. Madre sonríe. Las flores rojas mojan sus pies en ese florero que una vez le regalo Padre. Ella mira las fotos y cruza los dedos esperando que nada pueda coartar los muros de ese refugio que ha tratado de mantener en pie. La mueca risueña que le devuelve la vida la hace sonreír y alimenta una esperanza que parece dormida.

Vuelos rasantes adornan las nubes del cielo del comedor. El zumbido veloz cae sin decir nada. De repente, el estrépito impiadoso resuena en las paredes fantasmáticas. Los platos arriba de la mesa se desintegran mientras un avioncito intenta viajar hasta los labios de la infancia. Ecos funestos galopan por las calles polvorientas y llenas de escombros.  De golpe, el sonido del televisor enmudece y el silencio sepulcral se apodera de toda la casa. 

Las sirenas amenizan el mediodía, al mismo tiempo que Tánatos va tejiendo la intriga. De pronto, Un llanto inocente se escucha a lo lejos y ultraja el silencio. Los pequeños pulmones aún guardan la vida que se escapa por las cuerdas vocales como la arena que se desliza de los dedos. Las columnas derruidas, que antes fueron hogar, duermen sobre la carne de una madre que abraza a su hijo. Sus ojos han deshabitado el mundo detrás de su rostro lleno de polvo y una marca carmesí seca. Él llora con lo último que esconde de aire en su garganta. Madre tiene los brazos dormimos eternamente, pero lo sostiene, como se sostiene lo invaluable. Sus pequeñas manos se estiran como tocando el cielo, ella corre los escombros con la fuerza de quien sabe de la muerte y lo sujeta. Su carita diminuta dibuja la desesperación y el miedo. Todxs lloran. Madre queda besando con su inmensidad el contrapiso maltrecho, mientras el cemento le cubre el cuerpo que se ha convertido en uno con la madre tierra. Él llora. Sostiene la ranita que Madre le regaló hace dos días en su cumpleaños número tres. La sostiene al mismo tiempo que se va en andas y Madre se vuelve un puntito imperceptible entre gritos y el "humo" negro del fuego cruzado. 

A su lado, ella le sostiene la mano. El zumbido vuelve y resuenan estruendos detrás de la caravana que los sigue. La camioneta se tambalea y el cuerpo de Madre absorbe el último impacto. Él llora con el vientre al descubierto y la sangre seca en la cabeza, llora y se salva. Llora y agarra más fuerte la ranita. Mientras alrededor el mundo estalla. La vida muere. Y casa ya no existe.

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