Silencio

por Concha Mora Oliva

Amado mío:

Soledad llamó a mi puerta y penetró en mi triste morada y, ahora, Silencio y Soledad son mis invitados. Ahí están, sentados a mi mesa y reposando en mi almohada. Antaño Silencio y Soledad solo eran personajes de mis cuentos, mas hoy parecen haberse encarnado en seres de oro y plata que deambulan por mi casa a sus anchas. Una aureola los envuelve y sus murmullos, apenas cadenciosos, les preceden ante mi vista. Dos noches he pasado escuchando su llamada, siniestra, silenciosa, inquietante. Quisiera que se marcharan, mas son sordos y ciegos y no perciben mis deseos.

Caminábamos caminos de locura unidos y apretados en silencio. Mas los años pasaron sin apenas estridencias dejando una estela de recuerdos. Y un día en silencio nos miramos y, de pronto, ya viejos nos vimos. Y la parca vino a visitarnos. Toda la vida pasé temiendo ese momento e, inexorablemente, se instaló en nuestra casa, misteriosa y mirando al suelo, sin descubrir su auténtico rostro. 

Entonces no pude ni llorar. Todos decían que era muy fuerte. No era fuerza, era incredulidad. Ahora paseo por nuestra vivienda y pienso que estás en la cama durmiendo, pero enseguida caigo en la cuenta de que has muerto y rompo a llorar. Sí, ya consigo llorar. He pedido la baja porque he caído en una profunda depresión y estoy acudiendo al psiquiatra y al psicólogo. Cuando tuve la anterior depresión tú me animabas y estabas siempre pendiente de mí. Pero ahora solo Silencio y Soledad son los huéspedes de nuestra casa. 

Hace unos días pensaba que si no hubieras fumado y hubieras comido mejor no te hubieras muerto e, incluso, dejé de fumar un poco tiempo, pero ahora pienso que cada uno tiene su día y de poco vale intentar escapar a él.

No hago otra cosa más que llorar y fumar como una posesa. Realmente, no me importa morirme por un cáncer. Si existe algo más allá de la muerte, me reencontraré contigo aunque sea en un estado diferente. Todos dicen que con el tiempo terminaré por aceptarlo. No creo. Siempre estuvimos muy unidos desde los 15 años. ¿Cómo voy a poder soportar tu ausencia si éramos unos niños cuando nos tomamos el uno al otro? ¿Dónde estás, mi niño?  No se oye nada, es como si estuvieras durmiendo. Silencio, silencio, silencio.

Hasta la eternidad, amado mío.

Artículo anteriorPuede ser un ladrillo que lanzan
Artículo siguienteCorte Interamericana de Derechos Humanos declara admisible las denuncias de torturas impulsadas por CECIM