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No me llevo nada

por Luis Alberto Salvarezza

A esta edad, digo hacia un final que ya manotea las últimas ramazones de ese gran árbol que es la vida, decidí comprar un lote fuera de la ciudad y construir la penúltima, a la vez que pequeñísima casa.
Por ahora es un inmenso jardín donde he plantado muchos árboles: aguaribay, ceibo, ginkgo biloba, higuera, jacarandá, laurel, palo borracho, pata de vaca, sauce y citrus.
Todos laten desde sus brotes y los citrus desde sus azahares. Perfumando todo.
Estoy entusiasmado pese a las dificultades de nuestro tiempo y las propias.
Hacia el este proyecté un jardín zen o Karensansui. En el centro pondré arena y lo bordean gramíneas. Ya están simuladas el agua y las montañas.
Es un verdadero Siboku-ga: casi una pintura que por sus flores y pájaros, es pétalos y plumas.
Dice del vacío que me inclina como una caña de bambú e innumerables cansancios.
Y la niebla.
Siete casi inamovibles piedras moras en círculo le dan identidad.
Además del vacío que me mueve, ya no tan inamovible. Y la niebla, insisto, que se me antoja casi dorada pero es blanca.
Estos últimos siete días recorre el jardín una perdiz. Creo que es la misma. Esa que popularmente es sinónimo de buenos augurios.
Hasta que llega escucho su aguileo o canto. Que es como una ráfaga. Un don auditivo. Fuente de inspiración, emocionante y sinfónica. (Confieso que la espero). Imprime al espacio su encanto: único y cautivador.
Al principio llegaban dos mirasoles que a escasa distancia exhibían su esbelta belleza. No quiero pensar que los hayan matado sino que han escogido otro lugar.
He comprado escasos objetos para esta casa y busco otros en basurales. Y pido. De las siete casas anteriores me llevo el poema que les escribí, el escritorio que era propiedad de una librería en sociedad que tuvo mi familia, algunos libros que quedaron de la donación –sólo de libros de autores entrerrianos- (más de 1200), a la Biblioteca Provincial, cuadros y fotos.
Nada vivo. Ah! salvo un secreto que pese a todo todavía late (tiene como este lote, mucho verde), y un chaparrón de tristezas que me mantendrá húmedo hasta la sequía o la última casa.
Insisto, pese a todo, no me llevo nada.
Aunque en uno de los libros hallé –disecado y transparente-, un trébol de cuatro hojas.

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