Hay una casa, ubicada en el barrio de Villa Elvira que está en constante movimiento. Una casa dinámica, saludable, sensible, cálida, que crece, cambia y muta cada día. En esa casa dicen, nació una fábula y cierta mística que se extendió con el tiempo más allá de aquel barrio.


Hablamos de una casa de ambientes amplios con techos altos y aberturas originales que conservan sus detalles y te invitan a pasar. Sus puertas, siempre abiertas, dan cuenta de los objetivos y los berretines de sus habitantes. Sus ventanas a la calle, permiten ingresar la radiación solar, la luz, la ventilación y las voces de todos los mundos posibles. Esas puertas y ventanas sin rejas, marcan su estilo y su impronta y son el vínculo con el mundo exterior. Por eso pueden abrirse hasta desaparecer, generando así, una costumbre que con el tiempo, fue forjando un lazo con ese afuera, que tanto tiene que ver con el adentro.


Hablamos de una casa, que muta permanentemente, que cambia de fisonomía, que puede ser estrecha y apagada, amplia y luminosa. Una casa que se encuentra situada en una esquina en ochava, que -por ahora-, tiene todos sus espacios distribuidos en planta baja. Una vieja casona que ocupa la esquina entera y que a partir de cierta plasticidad y de unos pocos movimientos ajedrecísticos, fue poniendo en crisis sus propios límites. Volteando paredes y levantando otras, ampliando o reduciendo los ambientes, sus estructuras espaciales se fueron transformando y complejizando, generando, cada vez un nuevo modo de habitarla. Es que los espacios en esa casa, son dinámicos y contienen en sí mismo, una historia, que a veces muta como la misma casa. ¿Cuándo comenzó la historia de esta casa en esquina?, ¿Cuándo comenzó a nacer esa casa en movimiento?, ¿Cuándo comenzó a escribirse su historia?, ¿Y cuántas historias entran en un metro cuadrado de pared de 60 cm?.


La casa correspondiente a la dirección indicada fue edificada en el siglo pasado, y tiene sin embargo, sus cimientos bien firmes. Esa casa que crece y se inspira en aquellas viejas zapatas, pilares y vigas, fue construida a partir de materiales como los ladrillos, la piedra, el hierro y el hormigón. Allí, se encuentra su resistencia, su equilibrio, su estabilidad y su futuro. Sus paredes anchas con ladrillos a la vista, dejan entrever su holgada dignidad, le dan un carácter singular, preservan recuerdos y nos permiten desandar sus múltiples destinos y volver a lo que fue en un principio: un viejo almacén de campo. Esos antiguos muros marcan un estilo, un tiempo y una historia y dan cuenta de enojos, encuentros y desencuentros y de ciertos runrunes que circulan y crecen a medida que pasa el tiempo. Sus grietas revelan conflictos, contradicciones y ciertas limitaciones. Sus pisos resistentes, duros y lisos, que fueron de portland, de madera y baldosas, supieron y saben hoy de pies firmes caminando siempre hacia un horizonte más ancho. Sus paredes se expanden y se diversifican hacia lo alto, donde un techo de chapa con tirantes de madera, completa la idea de plenitud, amplitud y libertad. En ese espacio que separa el piso del cielo raso, fue creciendo un imaginario casi místico. ¿Quién delineó los limites de esta casa?, ¿y cómo se empezaron a romper?, ¿Quién puso aquel primer ladrillo?, ¿Cuántos habitaron esta casa colmada de sueños e ilusiones?.

Esa casa emplazada en un lote con doble frente, ha sabido adaptarse a la coyuntura social, económica y política del país, adoptando estrategias y soluciones diversas según el momento. Sus espacios interiores, que fueron restaurados y recuperados, concentran hoy valores, miradas, deseos, expectativas, sueños y utopías. En cada uno de esos ambientes, a través de los colores, la organización espacial y la decoración artesanal, natural y algo rustica, se fueron forjando recuerdos, anécdotas y mil historias, a veces un tanto difusas. Esa vieja casona centenaria ha sabido contagiar, transformar, proyectar y abrazar a viejos militantes de derechos humanos, políticos, sociales, feministas, ecologistas y sindicales, estudiantes descreídos de la política, otros añorantes de Eva Perón o del Che Guevara, melancólicos del rock y el hipismo, y amantes del heavy metal, de la cumbia, el folklore o la música dark. Con el paso del tiempo, a medida que la fama de la casa fue aumentando, se arrimaron periodistas con y sin títulos, vecinos, amigos y familiares, soberbios, honestos, persistentes, heterogéneos, cambiantes, eclécticos. ¿Qué los llevo hasta ahí?, ¿Cuáles son los caminos que conducen hasta esa casa?

Hablamos de una casa sin ceremonia y sin tantos protocolos, que rechaza ciertas convenciones sociales, una casa que puede ser brutal y desafiante. Detrás del umbral de aquella puerta de entrada de esa casa que cambia cada día, muchos han encontrado un refugio, cierta intimidad y un sentido de pertenencia. Atrás del muro de ladrillo que la rodea, comenzó a forjarse una mitología que da cuenta de acontecimientos ocurridos en el principio de los tiempos, que hablan de su origen y de una fundación. Esa vieja casona, testigo de momentos felices y de otros no tanto, situada en aquel barrio, construida a partir de los materiales clásicos como ladrillos, arena y cemento, pero también con palabras y deseos, por momento pareciera poner en aprieto aquella certeza poética que afirma que no es para quedarnos en casa que hacemos una casa.

Martin Luna

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