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Las chicas están bien: un documental sobre las mujeres en escena

Andrea Álvarez es baterista, percusionista, cantante y compositora, mujer pionera del rock argentino. Juana Sostén charló con ella sobre su extensa carrera artística, su visión del rock, el género, el público y la industria y sobre Las chicas están bien, su incipiente documental sobre el pasado y el presente de las mujeres en la escena

En primer lugar te agradecemos por tu tiempo, sabemos que estás con muchos proyectos. Tenés una carrera impresionante, Andrea, y si te parece la comentamos de forma cronológica: ¿cómo la ves desde ahora, en perspectiva? ¿Cómo arrancaste?

Mirá, yo nunca le doy mucha bolilla porque tengo muy naturalizado todo. En realidad siempre me entusiasma el presente. Estoy muy amiga con mi pasado porque siempre estoy contenta con mi presente. Entonces no tengo esa nostalgia y lo puedo ver desde un lugar más lindo, no agarrándome de eso para existir, para nada. Me gustan el presente y el futuro.

A mí me piden mucho que escriba un libro, me piden bastante. Y nunca quiero. No tengo ganas, pienso que hay que dedicarle un tiempo que no tengo ganas de dedicarle, me aburre, no me interesa. Y también me piden documentales.

Esta vez le dije que sí a un director muy conocido mío, pero porque me puse a pensar, a acordar de cómo empecé y a verlo no como si fuera yo, a verlo así, más desde afuera, y claro, era otra época, y yo era muy, muy chica, y desde muy chica supe qué quería en la vida, y desde muy chica me comprometí de una forma tan tenaz que no pudieron decirme que no, mis viejos ni nadie. Decidí ser baterista. Me di cuenta que quería ser música, que quería estar arriba del escenario. Y me di cuenta desde que fui a shows de rock de que quería tocar rock. Yo sabía que era eso lo que yo iba a ser, y veía mi ser público como algo momentáneo.

Empecé a fines de los 70, era muy chica, tenía 15, 16 años, empecé a tocar la batería, y enseguida debuté en el grupo MIA, del cual yo era fan. Es una banda de los Vitale, el germen de la música independiente en Argentina. Yo tuve suerte de caer ahí, porque ese era un lugar donde no había discriminación por ser mujer. Las mujeres y los hombres, de hecho los padres de Lito Vitale, madre y padre, eran iguales. Había muchas minas. Casi todas, de alguna forma, tocaban la batería. Eso a mí –sin darme cuenta– me abrió una puerta, me dio un permiso, más el que había en casa, porque mi vieja también era una mina muy dominante, mis viejos eran muy pares. Yo crecí ahí. Tuve un permiso, una puerta que se abrió grande. Terminaba mi clase de batería y a lo de Lito Vitale venía a ensayar Spinetta Jade, por ejemplo. Yo estaba cerca de todo eso, y después fui parte activa.

En el 80 empecé con Rouge, que fue la primera banda de temas propios de rock–pop argentino de mujeres, y eso derivó en Viudas e Hijas de Roque Enroll, y a partir de ahí empezó toda una carrera mía donde decidí ser sesionista, digamos. No hacía mi propia música; mi lucha –mi militancia– estaba en el poder de ser efectiva y virtuosa.

El otro día me acordaba de cuando mis viejos a los 15 años me llevaron a Europa. 1978. En Europa estaba el punk, me llamaba la atención. El punk fue el primer movimiento que tuvo muchas mujeres en su escenario. Pero la lucha del punk, la rebelión, tenía que ver con que no querían tocar bien. Tenían mucho para decir, tenían toda una sociedad en contra, y no les interesaba el virtuosismo de una elite, sino que querían expresar lo que pasaba socialmente con dos acordes. Yo no me identificaba con eso. Era re fanática de muchos hombres –mujeres casi no había– que tocaban bien. [En ese] entonces, en general, todo lo que tenía un poco de poder y visibilidad lo hacía un varón. Entonces yo quería ser como los varones, pero no ser como un varón, sino tener ese lugar de importancia. Mi lucha era competir de igual a igual. Y me esforcé mucho por eso. El punk no me identificaba pero me daba mucha curiosidad.

Formaste parte de Rouge, la primera banda de rock argentino integrada totalmente por mujeres. De Rouge no se encuentran muchos archivos o registros sonoros que se vean o se escuchen bien, ¿qué te hace pensar?

No es solo de Rouge, no hay. Había una banda cuya cantante se llamaba Púrpura, había otra banda más under que se llamaba Las Ex, y en esa época del under –que no se veía– no quedan registros porque no había. Hay una mina de una banda que se llama El lado salvaje, cuyo nombre ahora no recuerdo, que es influencia directa de todo el under de los 90. Esa mina, de la zona sur de Buenos Aires, desapareció en el Amazonas. No hay registro de nada, de ella. Nosotras llenábamos los lugares. Fijate que de Viudas e Hijas, que era algo comercial, hay poco registro. De todas maneras, si te ponés a fijar, hay una negación ante la historia de la mujer en la música. La primera rockera a nivel internacional, en vez de Chuck Berry, se llamaba Sister Rosetta Tharpe. Ella fue más importante que Chuck, más pesada. Dicen que fue la influencia directa de Elvis. Sin embargo debe ser hace dos, tres años que la gente empieza a saber que existe. Si vos ponés “female bands” (bandas femeninas) [en el buscador] te encontrás con un montón de filmaciones en blanco y negro de la tele de los 60, y vos ves que en la tele había un montón, pero no hay registro, no existen. Tenés que estar buscando, buscando. Sin embargo los varones sí llamaban la atención. Por ejemplo Bo Diddley, que fue un guitarrista muy famoso, tenía una violera que se llamaba Lady Bo. La mina fue negada durante años. Todos decían que ella tocaba así por él, y sin embargo él –no tan fuerte– decía que no, que era al revés: él la había visto a ella tocar de esa manera. Hay toda una historia no contada que es muy fuerte. ¿Por qué? Qué sé yo por qué. No pasa en la música nada más.

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