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Cuidemos de nuestras casas

por José "Pepote" García

Todos  debemos tener tres casas, mantengo  debemos  porque  aunque  una la  tenemos  asegurada  al nacer,  este grandioso mundo,  la  residencia   que no mansión  de todos  los  seres  vivos;  la  segunda  no  está  segura  pues  , lamentablemente, lo  que es un derecho, el que los seres humanos  cuenten con un hogar  sin importar  el material  de su construcción,  no  está cien por cien  asegurado.  Esto  me duele  pues  nadie  debiera  nacer  sin  contar  ya  con  una  casa  y, en muchas  ocasiones  aunque sea recibido  en una, esa cuna  que no es  suya  , es  la de sus progenitores,  y  al ser  mucha  la prole cuanto que  pueden  tienen  que  buscar  nuevos  horizontes, emigrando  como  hojas caducas  en  busca  de  poder encontrar  los recursos  para  construir  la  propia;  en otras  veces, por  disfrutar egoístamente  de aquella  de los padres,  se rompen y  quiebran  los  lazos  de  la fraternidad. 

Lo  primero  que debe  buscar  el  ser humano  es asegurarse  un modo de vida  y al mismo tiempo  tener  un refugio,  pues  la casa   es  el lugar  donde  se desarrolla  la dimensión  individual e  íntima de  la persona  y al mismo tiempo  comienza  la urdimbre  de la  primera  célula social, la familia.  Nunca  se  puede  formar  esta  si  le falta  la  seguridad  de  una vivienda  y  ese  domicilio  se sentirá  vivo  si  percibe  entre sus paredes  el bonito amor  de pareja  y  todas  y cada  una de  sus habitaciones  se  llena  con el sahumerio  maravilloso  que supone  estar  plena de amor,  ese  amor  que  se  trasmite  al  resto  del mundo al abrir  sus ventanas  y  oír  cantos  de dicha  y nunca  todo lo contrario. Que en toda casa  haya siempre encendido el fuego  del amor Esa  casa  se colma  de grandiosos colores  si  se  ve  envuelta  en  la  risa, los juegos , bullicio y  alegría infantil, ellos  los niños  son los  que hacen  que esa residencia  familiar  no  esté muda y silenciosa,  esa  situación  quedé  para  la tercera y última  casa, aquel  nicho  donde  van  a parar  finalmente  nuestros  restos,  la  vivienda  compartida  solamente  con la muerte.

Las  casas  que queremos  son las  de la vida,  las  que  sus  cristales  se  mojan con las bonitas  gotas  de lluvia  pero nunca  son  rotos  o arañados  con disputas  y riñas  entre  los  que deben ser  pilares  de  esos domicilios, sus  moradores. Demos color  a  nuestros hogares  con el amor  y no permitamos   que se abran grietas  violentas  o goteras  de  penas  porque falta  en esa  casa  la  relación  hermosa  y necesaria  para  que  no se desplome  lo que tanto cuesta  levantar, un hogar  en paz.  Cuidemos  la salud  de  nuestra  vivienda,  muchas veces  nos preocupamos  por  la  salud corporal  y  nos  olvidamos  de  que  la más  terrible humedad  está corroyendo  y minando  la casa familiar.  

No empapeles  tu  domicilio  con  falsos  papeles  de colores  por fuera  y  dentro  levantes  tabiques  innecesarios, cierres   que terminan aplastando  a  lo que por muy blanqueado  que  quieres   darle exteriormente,  en sus adentros  se derrumba.  Hagamos casas  resistentes  a  las inclemencias meteorológicas externas   pero sobre todo  a  los movimientos  sísmicos  de nuestros corazones  que pueden  derribarlas  o incinerarlas  cual  débil  y frágil  papel.

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