En su obra Cuentos de Baliño, el escritor Benedicto Soldavini explora los limites de la fantasía habilitado por el cruzamiento entre gauchesca y ciencia ficción, un terreno de hibridez donde se alteran los elementos típicos del relato campero y lo asombroso cobra protagonismo sin dejar de lado la crítica social.
Benedicto Antonio Soldavini tiene dos obsesiones: producir literatura y trabajar la chacra, Cuentos de Baliño, libro autopublicado de forma artesanal en 1932, rescatado recientemente por la serie Exhumaciones de Ediciones Ignotas, es la síntesis perfecta de estas dos vertientes que se ven potenciadas por la intervención de lo fantástico. En estos veintisiete relatos nada parece estar fuera de lugar, ni los gauchos que cabalgan langostas gigantes ni las empanadas que levantan muertos ni los caníbales que llegan de visita con la tormenta.
“Soldavini vivió entre 1900 y 1966 en lo que es el corazón telúrico de la provincia de Buenos Aires, en la zona de Benito Juárez-Gonzalez Chaves, es un escritor que juega con el humor, la exageración, lo raro, lo fantástico, su obra es un hallazgo, una novedad muy extraña, que surge del mundo de las publicaciones populares”, señala Matías Esteban en alusión a revistas como Vea y lea o Pampa argentina donde el autor consigue ubicar sus primeras colaboraciones.
Hijo de chacareros establecidos en el partido de Benito Juárez, su familia es una de las tantas familias de migrantes italianos que buscan formar una colonia y tratan de garantizar su permanencia en el territorio bonaerense mediante el trabajo de la tierra. La predilección por los libros la hereda de su padre, que desde muy temprana edad le inculca su conocimientos de agricultura y una insaciable voracidad por la lectura: “Benedicto se vuelve chacarero pero también un gran lector de ciencia, de tecnología, de ciencia ficción, de esoterismo, de un montón de ramas que lo nutrían. A su vez consumía las revistas de la época sobre producción agraria como Pampa argentina, donde él mismo terminó publicando, o Mundo avícola”.
Según lo explica Esteban, Soldavini comienza escribiendo sobre la vida en el campo, publicando artículos en estas revistas camperas con un discurso de crítica a las políticas de distribución que beneficiaban a latifundistas y terratenientes, donde expresa una filosofía casi de reforma agraria. En 1932 auto-edita su Cuentos de Baliño, protagonizado por un gaucho fantasioso, bolacero, que exagera todas sus historias, llevando al limite la fantasía dentro de la gauchesca: “Dentro de esos cuentos también está la temática de los chacareros desplazados que tanto interesaba a Solvadini, en su literatura nunca deja de lado la crítica social, aparece su ideología, aparecen sus ideas”.
“Baliño es un gaucho que habla, que tiene una voz, que se enmarca dentro de la tradición humorística de la gauchesca, es un viejo que está siendo escuchado en un fogón, en una mateada, en un parate del trabajo o en un momento final del día y ahí se pone a contar sus historias”, comenta el columnista, y agrega que “acá tenemos toda una tradición de costumbrismo argentino, pero el único punto en común es el gaucho porque estos relatos se van hacia otros lugares porque Baliño se apropia de la moral del gaucho para hablar de otras cosas, busca otro tipo de ideas en la risa, la fantasía o la maravilla”.
A modo de cierre, Esteban concluye que “Soldavini todo el tiempo nos está interpelando, ya desde el primer cuento que incluye a langostas gigantes invadiendo un campo de Ayacucho, pero no se trata solamente de un gaucho bolacero o fantasioso, porque cada historia que parte de la oralidad se va conectando con otra y luego con otra, entonces no está centrada únicamente en el motivo de una persona montando una langosta gigante sino que también suceden otras cosas fantásticas, que parece que fueran parte de la memoria de Baliño y que se enlazan con esa tradición de la gauchesca de la oralidad, del que narra y los que escuchan”.
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