El especialista en estudios sobre narcotráfico Juan Gabriel Tokatlian analizó la retórica de los candidatos, y esbozó una mirada alternativa a la guerra contra las drogas.
Durante el debate presidencial realizado el 4 de octubre, el narcotráfico fue un elemento presente en las preguntas y respuestas de los presidenciables. Mauricio Macri, Rodríguez Saá y Sergio Massa afirmaron que de resultar ganadores crearían una fuerza nacional de lucha contra el narcotráfico. También lo hizo Daniel Scioli, tras su ausencia en el debate. Sin embargo, quien llevó más allá la retórica combativa fue el dirigente del Frente Renovador, quien incluye en sus propuestas la movilización de las fuerzas armadas a las villas. Por su parte, la candidata Margarita Stolbizer afirmó que el aumento de la violencia se debe a las drogas, y apuntó a la corrupción como principal causa. El único candidato que desentonó con los discursos fue el del Frente de Izquierda y los Trabajadores, Nicolas del Caño, quien se pronunció a favor de la despenalización de la marihuana.
Juan Gabriel Tokatlian es director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella. Durante años se ha encargado de analizar el fenómeno del narcotráfico, con un abanico de libros donde reunió a importantes investigadores latinoamericanos. En comunicación con Rap Todo Terreno analizó los discursos de los candidatos de cara a las elecciones del 25 de octubre.
¿Qué tendencia estas observando en los discursos políticos de cara a las elecciones?
Diría yo que hay una respuesta unívoca o sencilla. Esto es imposible porque el problema de las drogas es un fenómeno multifacético, multidimensional, y multinacional.
Para el caso argentino, los indicadores en general, indican que los niveles de violencia se incrementaron en los últimos 10 años. Existe una realidad de inseguridad, sin embargo, no está claro que provenga únicamente del fenómeno del narcotráfico. Podemos decir de todas maneras que no tenemos un diagnostico certero de cuánto y cuál es el componente de violencia de la inseguridad derivado del narcotráfico.
Lo segundo, es que este es un tema en el cual algunas de las propuestas que hoy se escuchan en Argentina, ya fueron implementadas internacionalmente. Ya sabemos que a pesar del involucramiento masivo de las fuerzas armadas no se ha logrado desmantelar el fenómeno, los cultivos siguen creciendo, el procesamiento sigue siendo muy alto, y los niveles de corrupción a los que son llevadas las fuerzas armadas son gigantes y preocupantes. Cuando uno estas propuestas, sucede cierta perplejidad, porque es como si Argentina fuera una isla, que no sabe y su dirigencia no entiende lo que sucede afuera en cuanto al fracaso de la estrategia.
En tercer lugar hay una tentación a soluciones facilistas y efectistas, que se dan en un contexto electoral, que ayudan mucho a los candidatos con posturas de mayor mano dura y creen que de este modo van a tener dividendos políticos.
¿Cómo fue cambiando históricamente el discurso político sobre las drogas en la Argentina?
La expresión de guerra contra las drogas se instala en un momento específico, que fue mayo del 71’ cuando Richard Nixon proclamó la necesidad de que se iniciara. Aquel contexto de los 70’ toma más fuerza en los 80’ en Estados Unidos y se irradia a América Latina, donde se percibe el tema de las drogas como un tema de seguridad nacional en lugar de ser un tema salud pública. Entonces ya vemos una evolución más por el lado punitivo, que preventivo o anticipatorio. Argentina no es un actor gravitante en el negocio global y geopolíticos de las drogas en los 80’, pero cambia decisivamente en los 90’. Lo que vemos en el nivel discursivo, es el ascenso de una visión más punitiva, que en buena medida, se instala mucho más en los sectores políticos y diligénciales que en los sociales.
En las elecciones pasadas apareció el tema, y en los últimos 3 años se ha ampliado el discurso en la materia. Llegamos a este contexto, donde unos candidatos prefieren la ambigüedad, me refiero a Scioli, otros al estilo Massa quieren hacer una militancia de una postura punitiva, y sin embargo esto nos aleja de políticas sociales, preventivas, educativas, hacia los jóvenes, de inserción y de empleo, que son las que en el mediano plazo ayudarían a reducir el uso y abuso de drogas. Esto entendiendo que la abstinencia total es algo inalcanzable, todas las sociedades en todos los momentos históricos, ensayan el uso de sustancias psicoactivas. Por lo tanto, pensar en que este es un fenómeno que se va a extinguir por más violencia que le ponga, no es solamente una quimera, sino un error garrafal.
¿Se puede pensar que Argentina acompaña alguna tendencia regional?
Yo diría que globalmente lo que está ocurriendo y particularmente en América Latina, es un reconocimiento de una fatiga de la guerra contra las drogas.. En algunos casos ya tenemos avances donde se puede observar un cuestionamiento al prohibicionismo, y por consecuencia un espacio para modelos de mayor regulación del fenómeno. Hay experiencias de despenalización, esto es indicar un tope de dosis personal, de alguna sustancia psicoativa, de modo no ser penadas si las personas son encontradas con ciertos montos. Hay experiencias de legalización, tal la experiencia en Uruguay y lo que se avecina en Jamaica. En el caso de los Estados Unidos, hay 22 Estados que tienen legalizada la marihuana medicinal, hay 2 Estados, que tienen ya aprobado por vía referéndum la legalización completa de la marihuana.
Lo que tenemos en la región es experimentación, y en este sentido el lenguaje político de Argentino, es regresivo, que acentúa la visión más punitiva y prohibicionista y no atenta a los cambios que se están produciendo.
¿De qué ejes hay que partir para pensar una nueva política de drogas?
Hay dos o tres cuestiones esenciales. Primero, el acento se pone en las personas o en la sustancia. Si seguimos con la lógica de la guerra, ponemos el acento en la sustancia. Si lo ponemos en la reducción de daños sobre las personas, en las condiciones que faciliten, una solución de los problemas de vulnerabilidad, de los posibles consumidores, ponemos el acento en la sociedad.
Un segundo eje, entender que este, el negocio de las drogas, es un mercado regulado. Lo que pasa es que el que lo regula ahora, son poderosos grupos de organizaciones criminales. Y lo que se necesita es una regulación del Estado, no en manos de mafias, sino en un Estado con capacidad de regular mercados, de controlar y supervisar. El punto no es que sea un mercado desregulado, sino quién y cómo regula.
Lo tercero diría que es esencial que se entienda que no hay una política pública antidrogas efectiva en el corto plazo. Jamás la hubo, ni existe en ningún país, hay políticas antidrogas combinadas con otras políticas sociales de largo plazo, que eventualmente a largo plazo vayan resolviendo algunos de los dilemas provocados por este fenómeno.
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