<em>Tanguito montielero. Música de mi pueblo</em> es el primer libo de Marcia Müller, en sus páginas la compositora e intérprete desarma imágenes estereotipadas de la nacionalidad argentina y reflexiona sobre una multiculturalidad que no siempre ha sido reconocida.
“Este libro surgió a partir de compartir unos mates en el patio de la casa de mi papá, Alcides Müller, que es acordeonista y esa tarde se puso a tocar una música que ya era tocada también por mi abuela, Elena Fratte, y según me contó por muchas otras personas de esa generación e incluso de una anterior en gran parte de la provincia. Un ritmo que al escucharlo me sonó familiar, pero que no sabía ni como se llamaba. Así arranco la historia de este trabajo, tan especial para mí, donde doy cuenta de tanguito montielero y de una herencia familiar”, cuenta la artista Marcia Müller acerca de Tanguito montielero. Música de mi pueblo.
Müller es acordeonista, cantante, compositora, docente e investigadora nacida en Campana, provincia de Buenos Aires y radicada desde hace muchos años en Entre Ríos. Se inició en la música junto a su padre, tocando la guitarra en el conjunto Inspiración Iverá. En 1996 comenzó su formación académica en la Escuela de Música, Danza y Teatro Constancio Carminio, en el estudio de canto lírico y guitarra. Posteriormente, se dedicó a los estudios superiores obteniendo el título de Profesora de música. En 2011 inició sus estudios en la tecnicatura de etnomusicología, en el conservatorio Manuel de Falla. En su carácter de compositora se abocó a distintos géneros musicales, con una gran preponderancia a la música folclórica del litoral. Muchas de sus obras forman parte de sus trabajos discográficos. Tanguito montielero. Música de mi pueblo es su primer libro.
El tanguito montielero es una antigua pieza musical recogida de viejos acordeonistas, que animaban los fogones en los montes y obrajes del Montiel, en el centro-norte entrerriano.
Editado por Moglia Ediciones, este libro da cuenta de la integración social, forzada por las circunstancias y cómo el tanguito montielero expresa esa hibridación que se dio a partir del encuentro de las culturas nativas, el aporte africano, la resistencia gaucha y la contribución de los gringos inmigrantes.
“Las raíces del género han quedado impregnadas en la gente y en los músicos populares de la tierra que habitaron y habitan la región que ocuparon los Charrúas, donde también habitaron los Chaná-Timbú y donde posteriormente estuvieron los guaraníes. El tanguito montielero, que no es exclusivo de la provincia, porque hay intérpretes que he podido localizar en el Uruguay, por ejemplo, quizá con otro nombre, pero el rimo musical ese el mismo, fue tocado con el acordeón que trajeron los inmigrantes, aquellos primeros colonos que habitaron aquella zona a partir de 1860. Es decir, tiene que ver con aquellos que estaban de antes, con los que llegaron a partir de esa gran inmigración y con la africanidad que, en nuestra región, llego masivamente y es la parte más oculta de nuestra historia, pero la más viva y, en libro eso lo ponemos en relevancia”, expresa Müller en diálogo con Cacodelphia.
El trabajo presentado recientemente en la ciudad, en el marco del Encuentro de Acordeonistas del Río de La Plata, aborda el universo del tanguito montielero, que se desarrolló en plena selva de Montiel, desde la segunda mitad del siglo XIX y reflexiona sobre la multiculturalidad que ha forjado nuestra historia negada a partir de cierto colonialismo y ciertos racismos pedagógico impuesto sobre nuestro devenir histórico, escribe en el prologo del libro el Profesor Mauricio Castaldo.
“Para superar esas cuestiones, hay que hacer un doble trabajo: por un lado, profundizar la investigación y al mismo tiempo abrir la cabeza y dejar de pensar desde un estadio musical europeo y entender a nuestros pueblos originarios y comprender, asimismo, que todos nuestros ritmos folclóricos, están atravesados por la africanía, que no solo los habitantes de esas tierras trajeron, sino también los mismos españoles, quienes ya tenían en su cultura este sincretismo”, dice Müller y puntualiza que “pensemos que los españoles que llegaron a este continente, ya tenían en sus tierras esclavos africanos que vivían a su servicio”.
“Por eso me pareció interesante contar quiénes habitaban nuestra provincia en el siglo XIX, incluso antes, tiempos en donde se terminaron de gestar todos estos ritmos criollos que hoy son parte del sincretismo que hoy tenemos, no solo en el litoral, sino en todas las regiones de nuestro país y del continente”, afirma.
Las mujeres en el tanguito montielero
Presentado oficialmente en el marco del Festival del Chamamé del Mercosur, el libro contiene un disco donde se puede escuchar algunas obras anónimas recopiladas por la compositora e intérprete, quien reconstruye la historia y la prehistoria del acordeón verdulera y da cuenta de las mujeres que se animaron a tocar el acordeón, aunque no fuera bien visto.
“La mujer en esa época, finales del siglo XIX, principios del XX, tocaba solo en el contexto familiar. En ese sentido, según me contó mi padre, si algún extraño llegaba a la casa, mi abuela dejaba de tocar, ella misma no se permitía tocar en un encuentro social donde haya personas ajenas al contexto familiar. Es decir que solo la oyeron tocar su esposo, sus hijos, sus hermanos y nadie más, ya que cuando llegaban los vecinos, Doña Elena dejaba de tocar y esta situación la pude cotejar en varias mujeres”, cuenta.
La presencia de la mujer en cualquier manifestación artística ha sido siempre ocultada o desconocida, expone Müller en el capítulo donde describe la participación de la mujer en el tanguito montielero. “Si bien sigo investigando esta historia, pude saber, que ciertos grupos sociales, tenían la posibilidad de tocar en público, mientras que otros no se lo permitían, para las mismas mujeres era tabú y había muchos prejuicios para mostrarse ejecutando el instrumento”, explica.
La primer mujer profesional acordeonista que llegó a una grabación y que tuvo un conjunto por el cual le pagaron apareció en la provincia de Entre Ríos recién en 1970. "Si tenemos en cuenta, entonces, que, según los registros del libro, a comienzos del siglo, Justa Pastora Villaverde, una mujer nacida en 1887, tocaba tanguito montielero, podemos comprender cómo esos prejuicios siguieron estando durante gran parte del siglo XX, en el cual el uso del acordeón fue casi con exclusividad un mundo de hombres”, repasa.
“Luego de aquella mujer de los años 70, surgen dos o tres más, luego hay un tramo bastante largo de silencio, hasta que apareció mi generación, y yo soy hoy una de las acordeonistas más grandes en funciones y tengo 45 años. Eso da cuenta de un vacío bastante grande que tiene que ver con el tabú y ciertas rigideces sociales”, dice.
La Selva de Montiel
El trabajo de Marcia Müller propone asimismo comprender las consecuencias culturales de la destrucción del medio ambiente. La reconstrucción cultural y social debe ir -dijo la cantora- a la par de la reconstrucción y regeneración ambiental. “Este trabajo buscó también dar cuenta de la destrucción de la selva de Montiel. De la cual hoy solo queda un 5% de lo que fue el más grande reservorio que tuvo la provincia en flora y fauna”, dice.
“Ese paisaje de la selva es la que nos identifica, nuestras músicas están totalmente relacionadas con esos paisajes ya que somos ríos, somos tajamar, somos arroyo, somos ñandubay, somos espinillo, somos aguaribay y ceibo y si ese paisaje, ese contexto natural no está, nuestra música cambiara y ya no nos vamos a reconocer”, afirma.
¿Artigas tocó el acordeón?
En el libro Artigas antes y después de la gesta, Washington Reyes Abadie, a partir de una carta de Nicolás de Vedia, deja entrever que posiblemente el general José Gervasio, que había nacido en Montevideo, en junio de 1764, en su adolescencia y juventud hubiera podido tocar el acordeón.
“Es una ventanita abierta para seguir investigando”, dijo Müller. “Hay que ver si ese acordeón que se nombra es como el que nosotros entendemos con todas las cuestiones técnicas y o si se está mencionando, por ejemplo, una especie de acordeón que habían hecho en las misiones jesuíticas. Algo que puede ser muy probable porque sabemos que allí había talleres donde se construyeron instrumentos musicales, en donde también hubo una hibridación entre todo aquello que fue la música y los instrumentos ceremoniales de los guaraníes y la música y la evangelización europea”, expresa.
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