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Cómo resolver los crímenes más misteriosos sin moverse de casa

Un recorrido cronológico a través de las obras, personajes y autores que perfilaron al género policial. Cuáles fueron sus precedentes, quién le dio vida al primer detective de la literatura y por qué se consagró a Sherlock Holmes como su figura trascendental.

El éxito del policial se basa, más que en el investigador infalible y totalmente racional que lo descubre todo, en la imagen del asistente, ese otro que dialoga, que cuestiona, que ayuda e incluso que trata de resolver antes y fracasa, porque nos representa a nosotros como lectores”, define Matías Esteban a la hora de explicar la rápida popularidad que ganan los relatos de intrigas policiales con su aparición a finales del siglo XIX.

A pesar de encuadrarse dentro de la literatura moderna, el género policial cuenta con una remota lista de antecedentes de la que sobresalen Edipo Rey de Sófocles (fechada por algunos historiadores en el 430 A.C.) y "El libro de Daniel" de La Biblia. En estos relatos se encuentran las primeras investigaciones de tono detectivesco donde sus protagonistas buscan resolver un misterio o delito.

La tragedia de Edipo narra las tribulaciones de un personaje al que le espera un destino irreversible y que intentará descifrar por qué le pasan ciertas cosas, mientras que el relato bíblico presenta características más cercanas al policial: “Daniel es consejero del rey de Babilonia y sucede que hay una especie de rito, de homenaje a un dios -que ellos critican porque pertenecen al pueblo judío- donde todas las ofrendas que le hacen desaparecen como si se las devorara, entonces Daniel tiene que investigar cómo desaparecen las ofrendas”.

A la manera de Sherlock Holmes, Daniel deja harina en el piso del tempo y así descubre las pisadas de unos sacerdotes que por las noches se comían las ofrendas. Acá tenemos otro antecedente del género policial donde este profeta bíblico indaga con métodos de la razón y deducción”, cuenta Matías Esteban.

Dupin, el primer detective de la historia

El origen de la Policía, entendida como una fuerza dedicada a mantener el orden público y preservar la seguridad de la ciudadanía, es amplio y discutible. Sin embargo, si es posible ubicar en tiempo y espacio la fundación del oficio detectivesco, pieza fundamental para la elaboración de todo relato perteneciente al género. En 1850 el escocés Allan Pinkerton crea la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton en Estados Unidos, la primera agencia privada de detectives del mundo. Anticipándose a este suceso, en abril de 1841 Edgar Allan Poe publica el cuento "Los crímenes de la calle Morgue", revista Graham's Magazine de Filadelfia, dándole  nacimiento al relato policial y dejando asentado sus elementos característicos.

"Los crímenes de la calle Morgue" está protagonizado por Chevalier Auguste Dupin, que decide intervenir voluntariamente en la resolución de dos misteriosos asesinatos que conmocionan la opinión pública. Lo más desconcertante del caso es que los crímenes se producen en el interior de una habitación cerrada, de la que nadie puede entrar o salir. “En el policial clásico tenemos la figura del detective, del investigador, del aficionado en investigar casos, hay mil variantes de este personaje, pero el detective es la más típica. También puede ser un aficionado como pasa con el personaje de Dupin, alguien que totalmente al azar se interesa por casos policiales y los intenta resolver, dar una mano, incluso criticar a la Policía, pero dar cuenta que se puede resolver el caso”, señala el columnista.

Para Matías Esteban, la gracia del impacto que produce este relato en el público no descansa tanto en la astucia de Dupin sino en los ojos de quien lo contempla: “Poe también crea al otro personaje que no tiene nombre, pero que es alguien que ayuda a Dupin, que lo asiste, alguien con quien habla, siempre es importante en el policial clásico un asistente, un ayudante, alguien que de alguna forma o es alguien que ignora o es alguien que está en una posición de aprendizaje, de ayuda, de asistencia, porque es la función de los lectores, y ese lector ahí adentro del género, del texto, de la historia de enigma es fundamental”.

Además de "Los crímenes de la calle Morgue", Chevalier Auguste Dupin y su anónimo colega se encargan de develar otros misterios en “El misterio de Marie Rogêt” (1842) y “La carta robada” (1844).

Doyle versus Holmes

 “El investigador más importante de la corriente clásica del policial es Sherlock Holmes, es la figura por antonomasia del personaje que investiga y resuelve”, asegura Matías Esteban. El escritor escocés Arthur Conan Doyle es responsable de darle vida a este personaje que, a lo largo de cuatro exitosas novelas y cinco colecciones de relatos, se encarga de deducir sin mayor esfuerzo los crímenes del bajo fondo londinense que quitan el sueño a los oficiales de la Scotland Yard.

El detalle curioso de esta historia es que Holmes nace producto del aburrimiento. La materialización de sus aventuras surge de las larguísimas horas desocupadas que Conan Doyle pasa en su consultorio oftalmológico, esperando la aparición de algún paciente. Al igual que el Dupin de Poe, este detective tampoco está solo, lo acompaña el médico y veterano de guerra John Watson, son las narraciones apasionadas y meticulosas que hace de cada investigación las que atrapan al lector y lo sumergen en sus páginas. Watson sede ante sus pasiones, se apresura a sacar conclusiones que son erradas, se equivoca, todo lo contrario a su metódico y siempre eficaz colega.

El carisma de Holmes es tan fuerte que avasalla, al punto de opacar y despertar los celos de su propio creador: “Era un personaje que no quería mucho, no lo apreciaba. En cualquiera de sus relatos, la posición de la narración siempre está en una forma crítica con respecto a Sherlock Holmes, sobre todo porque está Watson que filtra todo eso, son amigos, se quieren, pero hay una distancia, siempre se lo pone en un lugar crítico”.

Holmes es atlético, un gimnasta, un deportista que puede desplazarse de una manera totalmente libre y enfrentarse a distinto tipo de malhechores”, describe el columnista, y agrega que  “en los momentos donde no hay casos permanece en un estado de letargo, melancólico, casi aturdido, Conan Doyle lo vincula mas con la tradición romántica de esa época, si bien Holmes es un racionalista, una persona que con su razón puede resolver cualquier misterio, cuando no tiene que usar esta herramienta, esta capacidad, aparece en otra posición que lo acerca quizás más a Watson”.

La consagración literaria del personaje creado por Conan Doyle es inmediata. El éxito de ventas lo acompaña en cada una de sus seis novelas: Estudio en escarlata (1887), El signo de los cuatro (1890), El sabueso de los Baskerville (1902) y El valle del terror (1916), así como también en sus volúmenes de cuentos: Las aventuras de Sherlock Holmes (1892), Memorias de Sherlock Holmes (1894), El regreso de Sherlock Holmes (1903), Su última reverencia (1917) y El archivo de Sherlock Holmes (1927).

A modo de conclusión, Matías Esteban expone la letra chica que sostiene el contrato de lectura entre el fandom de Holmes y Arthur Conan Doyle: “Hay una tranquilidad para la expectativa del lector que se da en la dinámica narrativa, saber que si Holmes se pone a investigar un caso lo va a terminar resolviendo, la forma en cómo se resuelve siempre resulta divertida”.

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