Formó parte de un plan de la Corona Española para afianzar su presencia en la costa atlántica. Soñaban con poblar el territorio y defenderlo de una posible invasión inglesa, pero no contaron con el paulatino abandono de la empresa colonial y la resistencia de los pueblos originarios.
“El Fuerte formó parte de un proyecto de colonización de la costa atlántica patagónica que la Corona española puso en práctica a fines del siglo XVIII con el objetivo de defender sus posesiones de ultramar”, explica la arqueóloga Silvana Buscaglia, del Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas, que depende del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
El emplazamiento del Fuerte San José en Península Valdés, actual provincia de Chubut, encuentra su origen en las Reformas Borbónicas, una serie de medidas administrativas desplegadas por la monarquía española durante el siglo XVIII con el objetivo de afianzar su poder político, tanto en Europa como en sus colonias ultramarinas conformada en buena medida por los virreinatos de Perú y Nueva España, y de ésta manera aumentar la recaudación tributaria de la Corona, largamente golpeada por sus enfrentamientos con Inglaterra, la corrupción de sus funcionarios y la peste.
El Fuerte San José se fundó el 7 de enero 1779 en la costa norte de la Península con dos objetivos bien definidos: defender las colonias españolas de posibles invasiones inglesas y comenzar a poblar el territorio. Formaba parte de la Superintendencia de Establecimientos Patagónicos que constaba de otros emplazamientos repartidos en la comarca, de los que se destacaba el Fuerte Nuestra Señora del Carmen. Buscaglia lo describe como un proyecto ambicioso, imbuido por las ideas Ilustradas de la época, con ciertos visos de experimento social.
“La población era esencialmente militar, pero esta función defensiva nunca terminó de cumplirse porque el temor de los españoles era que invadieran los ingleses y al final el mayor problema fueron las poblaciones indígenas”, detalla Buscaglia, y agrega que “el núcleo era militar, pero también tenía presidiarios, capellanes, esclavos, marinos que estaban circunstancialmente cuando las embarcaciones atracaban cerca del puerto, cirujanos, sangradores, peones, albañiles”.
Según cuenta la arqueóloga, la variopinta población del fuerte estaba sujeta a un sistema de relevo, se suponía que cada año tenían que intercambiarse con la población del Fuerte Nuestra Señora del Carmen, pero a veces eso no sucedía: “Los capellanes, cirujanos y sobre todo la gente de mayor edad se quejan porque los dejan varados. Las quejas son terribles, están atravesadas por la tragedia permanente, se quejan de las condiciones en las que viven, del ambiente, de la falta de recursos, de los problemas con los indígenas”.
Ciencia versus mito
Silvana Buscaglia pone especial énfasis en la importancia del trabajo en equipo. Junto a Marcia Bianchi Villelli, del Instituto de Investigaciones en Diversidad y Procesos de Cambio, lideran un grupo de estudios arqueológicos que lleva más de veinte años investigando la colonización española de la costa patagónica. En la recolección de evidencia en torno al Fuerte San José las acompañan Solana García Guraieb, del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, y Augusto Tessone, del Instituto de Geocronología y Geología Isotópica.
El equipo trabajó con especial interés sobre cuestionamiento de relatos tradicionales que dominan el imaginario popular. En el caso del Fuerte San José ha prevalecido una visión de un fuerte de gran envergadura con una fortaleza defensiva muy bien armada, imagen respaldada por unos planos que fueron publicados por historiadores locales y que sirvieron de inspiración para la réplica de la capilla de lo que habría sido el Fuerte San José, que es hoy un lugar muy visitado turísticamente. Sin embargo, cuando Buscaglia y compañía fueron al campo e iniciaron las investigaciones arqueológicas aquella idea monumentalidad no se estaba expresadando materialmente.
A la hora de graficar cómo se daba esta incompatibilidad entre las representaciones históricas del fuerte y lo que se encontraron en el territorio, la entrevistada dice que “en este tipo de sitios tan monumentales es habitual encontrar restos arqueológicos de estructuras, muros o cimientos, que suelen diferenciarse claramente en la superficie, a veces sino están los materiales expuestos se encuentran montículos o restos de una zanja perimetral, en el caso del Fuerte San José eso no estaba pasando, empezamos a preguntarnos por qué no teníamos ese match entre esos planos que estaban circulando y el registro arqueológico”.
“A partir de una profundización de la evidencia histórica, con fuentes de primera mano y nuestra investigación arqueológica pudimos determinar que el fuerte no fue construido como decían sino que fue un establecimiento sumamente precario, en su mayor parte estuvo constituido por tiendas de palos, de cueros, muy pocas estructuras eran de adobe -como en el caso de la capilla o la panadería-, el resto eran sumamente precarias, esto generaba unas condiciones habitacionales terribles y espantosas para la gente que habitó este poblado”, concluye Buscaglia.
Crónica de un final anunciado
El Fuerte San José mantuvo su actividad por espacio de 31 años, desde su fundación en 1779 hasta agosto de 1810. Su desalojo y posterior destrucción no respondió al cimbronazo geopolítico que produce la Revolución de Mayo, al iniciar el proceso de ruptura con la Corona española que da paso a la formación de la Primera Junta de Gobierno integrada por funcionarios criollos, sino que fue la conclusión de una escalada conflictiva entre agentes coloniales y poblaciones indígenas, en su mayoría tehuelches, de la Patagonia meridional.
“El establecimiento de colonias implicó la apropiación de territorios ocupados por poblaciones indígenas desde miles de años atrás. En el caso del Fuerte San José esto pudo haber incidido en el fin del fuerte. Desde nuestro punto de vista esto tiene que ver con un muy mal manejo de parte de los agentes coloniales”, explica Buscaglia, que nuevamente apunta a desmitificar un sentido común generado en torno a las colonias españolas.
Según reconstruye la arqueóloga, inicialmente la relación entre ambos grupos se dio de manera pacífica, en parte porque la intrusión de los agentes coloniales no fue violenta, pero también las poblaciones indígenas tenían un cumulo de experiencias previas vinculándose con los primeros pobladores patagónicos, de modo que ya estaban habituados a establecer negociaciones o procesos de intercambio. La interacción se tornó conflictiva por distintos factores que enumera Buscaglia: “Uno de los errores que desencadena la conflictividad es el arresto de un cacique muy respetado cuyo traslado al Fuerte Nuestra Señora del Carmen termina en asesinato, ahí empieza a generarse un malestar entre las poblaciones indígenas”.
Otro factor determinante que subraya la entrevistada tiene que ver con un establecimiento paralelo que se había instalado a unos treinta kilómetros del Fuerte San José, en las inmediaciones de una salina: “Ahí se habían descubierto fuentes de agua dulce, un recurso muy crítico para los pobladores. Además había sal, que también era un recurso muy preciado, pastura, ya en ese momento las poblaciones indígenas tenían caballos, entonces hay una competencia por los recursos que pudo haber generado fricciones”.
Por último, Buscaglia señala un detalle no menor que aportó lo suyo al descalabro y selló para siempre el destino del establecimiento ultramarino: “El Fuerte atravesó muchos periodos de carencia porque no fue bien abastecido por parte de la empresa colonial, entonces tampoco tenía recursos materiales para agasajar a los indígenas, algo que formaba parte de los protocolos durante el proceso colonial, de esta manera brindaba una imagen más de pobreza en comparación a los otros establecimientos”.
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