El avenido, de Sonny Martínez, propone un recorrido por la trayectoria de una generación marcada por la lucha política y los años de la dictadura. "Está dedicado a los 30 mil compañeros desaparecidos", afirmó su autor.
El libro "El avenido", del periodista y escritor Ricardo Sonny Martínez, contiene cuatro relatos entrelazados que narran una secuencia de hechos íntimos y políticos vividos por el autor, abarcando desde la resistencia de los años ‘60 hasta el regreso en los últimos años del ‘80, tras el exilio. Se sumerge en las vivencias de una generación que atravesó la militancia, la clandestinidad, la desaparición forzada y el doloroso regreso en un país marcado por las secuelas de la dictadura militar.
"El libro está dedicado a los 30 mil compañeros desaparecidos", afirmó Martínez, quien en la presentación del libro en el Centro Cultural Julio López destacó que su obra no solo es un relato personal, sino también la autobiografía de toda una generación. En este sentido, El Avenido explora temas como el barrio, los amigos, los amores infantiles, las pasiones, los miedos, la distancia, el retorno y las ausencias, construyendo un tiempo circular en el que la historia se abre, se desarrolla y se cierra a lo largo de una vida.
El primero de los cuatro relatos habla de Antonio, y da cuenta del ‘Luche y vuelve’, las proscripciones, los distintos golpes militares, el regreso de Perón, las elecciones del 11 de marzo de 1973, Cámpora, la vuelta definitiva de Perón, Isabelita, López Rega y del golpe de marzo de 1976. En este primer relato el autor es un pibe en Remedios de Escalada, después un joven y adolescente universitario, militando en la facultad.
“Ese tiempo se vivió con mucho entusiasmo y también con mucha velocidad”, expresó Martínez. “Aquellos jóvenes que fuimos vivimos la proscripción de un Perón en España, mirando al cielo esperando siempre el avión negro que lo devolviera al país y luchando con la certeza de que era posible vencer”, contó en diálogo con Cacodelphia.
Martínez recordó su infancia en un barrio como Remedios de Escalada, en el partido de Lanús, donde creció en una familia peronista. “Yo vengo de una familia muy peronista, y me crié en un barrio donde las charlas de sobremesas eran políticas, donde se discutía y se peleaba, porque ya existían en ese momento las distintas tendencias dentro del peronismo”, explicó. Sin embargo, había una distinción clara entre la familia y los “otros”. “Cuando venía alguien de afuera, que no era de la familia, que no era de esa gente que mi tío Antonio, que fue quien me crió, llamaba compañeros, ahí no se podía mencionar ni a Perón ni a Evita. El cuadro del General que estaba en el comedor iba a parar debajo de la cama, dejando una aureola en la pared que evidenciaba que algo había cambiado. Había que tener cuidado con esa gente a la que mi tío llamaba ‘contreras’, sabíamos que delante de ellos muchas cosas no podías decir”, relató.
“En ese barrio mis padres tenían una casa gracias al Banco Hipotecario que había brindado Perón, el ajuar de casamiento y la máquina Singer a mi vieja se las dio Evita, y la bicicleta de mi hermano era de la Fundación Evita. Vacacionábamos en Chapadmalal, donde comíamos en vajilla de primera calidad en complejos que formaban parte del proyecto social del gobierno de Perón”, detalló.
Para el escritor, el exilio de Perón fue una situación terrible, y deseaba que volviera para restaurar el orden social que conocían: “La estábamos pasando mal en la dictadura de Onganía y el gobierno de Lanusse, y yo quería que volviera el Estado que me permitiera ver a mis padres felices, sobre todo a mi madre, porque perdí a mi padre siendo muy chico”.
Su vínculo con la política fue forjado por su tío Antonio, un trabajador industrial quien le transmitió su ideología. “Mi tío Antonio trabajaba en una acería en Avellaneda, que se vio afectada por la apertura de la economía en la época de Menem y Cavallo. Fue él quien, sentado en el patio de la casa chorizo de Escalada, me habló de política todas las tardes, y algo de esas historias aparece en estos relatos”, contó.
El barrio y sus amigos de la infancia también tuvieron un papel fundamental en su vida. “En los relatos está presente ese barrio de Escalada, los pibes con los que compartí la infancia, los vecinos y las mujeres que ocuparon un lugar muy especial en la resistencia peronista, en las dictaduras de Onganía y Lanusse”, relató Martínez, evocando los momentos difíciles de la resistencia.
Una de las historias que más recuerda es la de la casa de Doña Luisa, un lugar clave en su formación política. “Era una especie de Unidad Básica camuflada, donde siendo muy pibe asistí a la proyección de uno de los reportajes a Perón que hicieron Pino Solanas y Octavio Getino”, explicó. Fue allí donde, de alguna manera a los 13 años, comenzó a militar. “Mi primer acto militante fue el día del golpe de Pinochet a Allende en Chile. Ese día tomamos nuestro colegio en Lanús”, relató, destacando la importancia de ese primer paso en su vida política.
Todos estos relatos forman parte de una charla en un café, donde Martínez, sentado con un compañero de su edad, cuenta historias atravesadas por una profunda ternura, mucho dolor y una inmensa ausencia. “Estas historias son una mezcla de ternura, dolor y mucha ausencia”, concluyó.
Sonny Martínez es un destacado periodista, poeta, artista plástico, actor y director de teatro, conocido bajo el seudónimo de Ricardo Robotnik, utilizado para proteger su identidad durante la dictadura militar en Argentina. A lo largo de su carrera, ha publicado varias obras literarias, comenzando con Ciudadano Común (1981) en Porto Alegre y Una temporada en Tenerife (1985) en Buenos Aires, ambos con gran impacto. Participó también en la publicación Severa Vigilancia (1987) y fue parte del libro colectivo 65 poetas por la vida y por la libertad (1983), editado por las Abuelas de Plaza de Mayo.
Además, contribuyó con textos y collages en la publicación homenaje al centenario de André Breton (1996) y su poesía fue incluida en la antología Nueva poesía argentina durante la dictadura 1976-1983 (1992). En 2017, junto a Claudio Ribeiro y Anisio Garces Homen, publicó la edición bilingüe Equilátero Poemas (2017), una colaboración entre Brasil y Argentina.
Como periodista radial, Martínez trabajó en varias emisoras de Bariloche, incluyendo FM El Cordillerano, FM Horizonte, y Radio "O". Fue director de LRA 30 Radio Nacional Bariloche y también trabajó en LRA 53 Radio Nacional San Martín de los Andes. Su obra y su carrera reflejan su compromiso con la cultura, la política y la resistencia, especialmente durante tiempos de represión.
Las palomas siempre vuelven
Martínez reflexionó sobre su regreso del exilio y su decisión de mudarse a la Patagonia. “Cuando regresé del exilio, decidí irme a vivir a la Patagonia, es decir, que sigo siendo en algún sentido un exiliado de Buenos Aires, donde siguen estando los fantasmas de lo que nos pasó, atravesándome de una manera complicada. Eso es algo que no he podido saldar, aunque este libro, en algún sentido, funcionó para mí como un exorcismo”, explicó subrayando que el proceso de escritura de su libro fue, en muchos sentidos, un acto de conjuro personal. Aunque los relatos fueron difíciles de escribir, decidió publicarlos tras las elecciones de Javier Milei, motivado por un impulso de no dejar pasar la oportunidad.
“Se trata de relatos que no fueron fáciles de escribir, que se fueron escribiendo con el tiempo, que uno fue llevando al otro hasta completarse, y que dudé mucho en publicarlos porque no sabía si valían la pena”, contó. Y agregó: “Cuando ganó Milei, compañeros de Brasil me dijeron que había que sacar el libro. Por eso, estos relatos, que llevan años saliendo y entrando de distintos cajones, finalmente fueron publicados”.
El libro fue editado como parte de un trabajo editorial que Martínez lleva adelante junto a Claudio Ribeiro y Anisio Garcez Homem, compañeros del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, con quienes ya había publicado ‘Equilátero’, un libro donde los tres escribieron poemas en portugués y en español. En simultáneo a la salida del libro, en Brasil se presento la traducción al portugués de parte de la obra de Paco Urondo, en la que el autor intervino en la traducción y escribió el prólogo. “Este es un esfuerzo por darle visibilidad a un autor fundamental en la poesía de habla hispana, desconocido en Brasil”, dijo.
Martínez, quien además de escritor es periodista, poeta y artista plástico, ha sido parte de la historia literaria y periodística de Argentina. Con una larga trayectoria de lucha y creación, el autor no solo ha publicado en solitario, sino que ha colaborado en diversos proyectos editoriales y de arte. “Este libro, como todo lo que hemos hecho, está escrito en plural. Es la autobiografía de una generación que luchó por sus ideales”, concluyó. En su relato, también recordó el doloroso exilio de aquellos que lograron salir del país, un exilio marcado no por el romanticismo, sino por la angustia constante de la pérdida.
"Los que nos pudimos ir, no la pasamos bien, no hubo ningún romanticismo en nuestro exilio, fue un absoluto dolor, porque todo el tiempo nos enterábamos de la pérdida, de la desaparición, o del asesinato de algunos de nuestros compañeros y entonces un terrible sentimiento de culpa nos acompañó durante muchos años", contó Martínez (...) en el relato ‘Las palomas siempre vuelven’, hablo de un exilio geográfico, de un exilio de la palabra, del amor, de los sabores de los perfumes”. En ese relató donde hay espacio también para la esperanza, Martínez escribió: el exilio tiene olor a culpa.
"Las palomas exiliadas en Claypole, de las que habló en ese relato, fueron como algo premonitorio. Porque cuando volvimos a reencontrarnos con algunos compañeros, ya restaurada la democracia, en un tiempo en que caminábamos como zombis por la calle Corrientes, con la certeza de que nos encontraríamos en esos bares porteños en los que solíamos encontrarnos, y de repente nos cruzábamos. Así fue como me reencontré con Daniel Mancuso, un encuentro que fue aterrador, porque ambos creíamos que habíamos sido desaparecidos. Él llegaba de Italia y yo de México, y nos encontramos por casualidad en la calle. Fue una mezcla de alegría y una angustiante imposibilidad de hablar. Cuando escribí este texto, pensé mucho en ese encuentro, en esos regresos, en los compañeros que intentaron volver en el ’79, en el contexto de la contraofensiva, o en aquellos que regresaron en democracia, cuando aún se corría peligro, porque los servicios seguían funcionando y continuábamos recibiendo amenazas. También pensé mucho en mi tío Antonio, a quien de pibe esperé en la parada del colectivo, para contarle lo que había pasado con nuestras palomas, y él me dijo: ‘quédate tranquilo, que las palomas siempre vuelven’", relató Martínez.
Arielaso
Martínez también relató cómo la escritura de estos textos fue un proceso de acumulación y duda, con relatos que se interrumpían y retomaban a lo largo de los años. Aunque el libro no tiene una pretensión literaria convencional, su estilo refleja su forma de pensar y de relacionarse con su militancia. En este proceso, la figura de Arielaso, un dirigente político de su juventud, emerge como una influencia fundamental.
"Hay relatos que arrancaron y terminaron y son un círculo perfecto, y otros que a la tercera página se interrumpieron, y un tiempo después los pude seguir. Así se fueron armando estas páginas, con textos que se cayeron del relato porque había cosas que no quería decir, o no las quería decir de ese modo, y otros textos que se empecinaron en estar, y son estos los que finalmente terminaron salvando la validez del relato”, contó Martínez. “Este libro no tiene una pretensión literaria, sino que, en ese sentido, lo jugué como lo jugaba Arielaso, quien decía: ‘vos patéamela larga que yo hago el gol y este partido ya lo ganamos’", dijo refiriéndose a uno de los personajes que pueblan los relatos.
"Arielito, luego Arielaso, fue quien me llevó a la casa de Luisa. Era un wing derecho fenomenal, muy rápido, que pateaba con las dos piernas. Se pegaba a la raya y jugaba desde ahí. En ese tiempo, nombrábamos a los jugadores a la antigua, es decir, el que era más o menos hábil era el centrojás, mientras que yo, que era más áspero, jugaba de fullback. En cierto sentido, nosotros también veíamos la política como el fútbol, o al revés, y Arielaso, toda esa habilidad de pibe, la trasladó como dirigente político de nuestra juventud", señaló.
Martínez destacó que cada uno de ellos aportó sus habilidades al servicio de una militancia muy difícil, en un mundo sin teléfonos celulares ni redes sociales, donde las medidas de seguridad eran muy complejas. "Arielaso, en ese sentido, en la clandestinidad, era un gran tipo en medidas de seguridad. En ese tiempo, obviamente, no podías tener una agenda, así que en mi cabeza y en la de muchos compañeros había más de cien números telefónicos. Eran tiempos en donde, cada tres o cuatro horas, tenías que llamar a un teléfono, generalmente a un compañero jubilado, que atendía como si tomara pedidos de alguna mercadería. A través de un código, le hacías saber que estabas bien. Al final del día, o después de varias horas, alguien de la conducción llamaba para ver si toda la línea estaba bien. Si alguien no hacía la llamada en el horario estipulado, se levantaba a todos los contactos", explicó.
En cuanto a la premisa de la clandestinidad, Martínez recordó que su equipo había pactado un protocolo en caso de ser capturados: "Sabíamos que si caíamos, íbamos a aguantar 30 minutos de tortura y, después de eso, íbamos a hablar para decir todo lo que pudiéramos con el objetivo de parar la tortura. A esto está dedicado el último de los relatos, titulado 'Treinta'".
Finalmente, el autor afirmó que su generación, a pesar de las dificultades, siempre creyó en la lucha y en la posibilidad de vencer. "Nosotros fuimos a la lucha con una sonrisa. Toda esa generación creyó que se podía vencer, como antes se había ganado la batalla en Cuba, el Mayo francés, la Primavera de Praga o como los vietnamitas habían derrotado a los yanquis. Ese era el clima de época: la lucha era posible, vencer era posible. Nos enfrentábamos a la lucha con una sonrisa, con mucha alegría; no era una cuestión tortuosa, aunque las discusiones políticas eran bravísimas, algo que también intenté que apareciera en el libro", contó. "Nosotros discutíamos absolutamente todo, también estudiábamos y nos formábamos mucho", concluyó.
El avenido
El título del libro, “El avenido”, está inspirado en una historia personal y simbólica que conecta la vida de Martínez con su rol en la clandestinidad durante la dictadura. En sus propias palabras, el nombre proviene de “un carnavalito del Cuchi Leguizamón que formaba parte del disco 20 años de Los Fronterizos, un long play de tapa doble, que nosotros en tiempos de la dictadura y desde la clandestinidad, solíamos usarlos para transportar documentos de la conducción para el resto de los militantes”. Martínez, quien cumplía funciones como correo, detalló cómo, en tiempos de extrema precaución transportaban esa información: “Nosotros recibíamos un atado de cigarrillos que luego alguien aplicando calor desasía el celofán de la parte de abajo y abría el atado, sacaba los 20 cigarrillos y con una hoja Gillette se le cortaban los filtros y se volvían a colocar, pero en el espacio donde iba el tabaco, se doblaban unas hojas de una cierta y determinada manera, a partir de un arte que tenían los muchachos de inteligencia. Estos documentos eran luego transportados en los discos, con la parte posterior de la tapa reservada para esconder las hojas”.
Martínez también recordó a su tío, quien tenía la costumbre de marcar sus discos con su nombre, “Antonio”, en una letra muy característica, como una firma personal. “El nombre del libro tiene que ver con esa historia y con otra que se cuenta en uno de los relatos”, concluyó mostrando cómo ese detalle personal se entrelaza con los recuerdos y vivencias que compartió en el libro.