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Severino Di Giovanni, hombre de amores e ideales

La obra "Severino, el infierno tiene nombre" celebró sus 75 funciones en el Teatro Argentino con una profunda reflexión sobre la vida y muerte de este anarquista italiano, fusilado en 1931. Una puesta teatral que revive su legado a través de la mirada poética y filosófica de Gabriel Rodríguez Molina.

"Severino, el infierno tiene nombre", dirigida por Mariano Dossena, está inspirada en el libro homónimo de Gabriel Rodríguez Molina, quien se adentra en los últimos minutos de Severino di Giovanni, el obrero, poeta y anarquista italiano fusilado en Argentina en 1931. El regreso de la obra a la ciudad es un momento de festejo para los creadores, que en los últimos tres años han recorrido diversos puntos del país, llevando la historia de este hombre que defendió sus ideales hasta el final.

Desde hace tres años, de forma interrumpida, venimos llevando la obra al interior del país, en lugares como La Matanza, Luján, Claypole, Wilde, Mar del Plata y La Plata. Estar en el Teatro Argentino nos tiene muy contentos”, expresó Gabriel Rodríguez Molina, escritor, poeta y dramaturgo platense, quien destacó que la obra fue declarada de interés por la Provincia de Buenos Aires.

La figura de Severino ha sido abordada desde diversas perspectivas: la crónica de Roberto Arlt, la biografía de Osvaldo Bayer y las investigaciones de Rodríguez Molina. El dramaturgo relata cómo la crónica de Arlt sobre el fusilamiento de Severino fue uno de sus primeros acercamientos al personaje. “Comencé por Roberto Arlt, mi escritor favorito. En su crónica ‘He visto morir’, para el diario ‘El Mundo’, describe a un Severino que camina con los grilletes y se indigna por la clase alta que asiste al fusilamiento. Entonces escribe: ‘alguien debería haber puesto un cartel que rece: aquí está prohibido entrar con galera y zapatos de baile’. Algo de esa rasposidad del lenguaje de Roberto está en la obra”, explicó Rodríguez Molina. Además, resaltó la influencia de Osvaldo Bayer, cuya investigación sobre Severino le permitió profundizar en el pensamiento filosófico del anarquista y en su visión sobre temas como el amor, la paternidad y las luchas internas dentro del movimiento anarquista.

“A partir de la investigación y de las charlas que mantuve con Osvaldo Bayer,  pude indagar más en el terreno filosófico de Severino, es decir, saber qué leía, porque leía a Nietzsche, a Dante, a Mijaíl Bakunin, porque se peleaba con los propios anarquistas, qué pensaba sobre el amor, qué pasaba con sus hijos, y sin duda que todo eso me termino de completar la imagen de Severino”, explicó a Cacodelphia.

El personaje de Severino es presentado en la obra como un hombre complejo, decidido a luchar por sus ideales, pero también marcado por la violencia del momento. “Las manos de Severino y el relato de sus ojos fueron dos aspectos que quise destacar en la puesta”, afirmó Rodríguez Molina. “Las manos de ese profesor que nació en Chieti, Italia, el 17 de marzo de 1901, que escapó del fascismo de Mussolini, que pasó por Brasil y llegó a Argentina a cultivar flores en Ituzaingó para luego venderlas en el Abasto, y un día se entregaron a la máquina linotipo y luego a la pólvora y a la dinamita. Y, por otro lado, el relato de sus ojos, que expresan el paisaje que contemplaba, los golpes que sufría, las páginas que leía”, comentó y subrayó la dimensión poética y lírica de la vida de Severino, influenciada por autores como Nietzsche y Dante.

La puesta en escena, diseñada por Mariano Dossena, se estructura en tres actos, inspirados en La Divina Comedia de Dante: un paraíso, un purgatorio y un infierno.

“La puesta en escena y la novela están pensadas en tres partes, tomando como referencia ‘La divina comedia’. Se establece un paraíso, un purgatorio y un infierno. Entonces, hay un Severino estaqueado en el infierno, otra parte más musical que es más espectral, más fantasmagórica, con diálogos internos donde parece estar en el purgatorio, y luego un Severino vital, que danza, que aún a punto de morir decide no vendarse los ojos y ver frente a frente al verdugo. Así, lo encontramos en el paraíso, siendo visto morir pero, aun así, firme, enarbolando esa voz que, antes de morir, grita: ¡viva la anarquía!”, explicó Rodríguez Molina.

“El diálogo entre ellos tres de alguna manera y la puesta en escena que realizó Mariano Dossena, junto con la actuación de Juan Manuel Correa, le dio una vitalidad, un ritmo corporal, un registro, una poética, una profundidad y una verdad como pocos actores lo pueden lograr. A esa corporalidad se le suma una música en vivo compuesta por Julio Coviello e interpretada por Carla Vianello, y ese bandoneón, ese instrumento tan particularmente nuestro, le da un aire, un jadeo, y también el contrapunto que necesita el actor, para ir y venir, tensionar y alivianar esa energía que durante una hora tiene al público respirando a la par de Severino”, expresó sobre la obra, por la cual Juan Manuel Correa fue nominado a los premios ACE como mejor actuación masculina en una obra para un solo personaje.

La obra no solo es un recorrido por la vida de Severino, sino también una reflexión sobre los contextos históricos que atravesó. La dictadura de Uriburu y la "década infame" se enlazan con la situación actual, permitiendo que el público encuentre analogías entre las luchas pasadas y las de hoy. “El arte siempre dialoga con el pasado y el presente y, en ese sentido, creo que es un gran oráculo”, señaló Rodríguez Molina, quien añadió que Severino, el infierno tiene nombre no solo plantea una mirada sobre el pasado, sino que invita al espectador a reflexionar sobre la vigencia de esas luchas.

“Cada vez que uno visita las grandes obras se va a ver reflejado uno mismo o su contexto. En ese sentido, no creo que Severino tenga un rasgo particular, como cualquier obra de arte, como puede ser ‘Los Miserables’ de Víctor Hugo o ‘Macbeth’ de Shakespeare, obras escritas hace más de 500 años, y que uno las lee y está viendo la ambición por el poder, la energía dictatorial de una persona, la violencia, la necesidad de eliminar al otro”, explicó Rodríguez Molina.

“En este caso, vemos las huelgas patagónicas de los años ’20, la represión a los trabajadores, la dictadura de Uriburu y ese fusilamiento público. Ahora bien, cuánto de esto puede estar sucediendo hoy en día, no lo sé. Me parece que hay muchas analogías posibles y cada uno hará la suya. Hoy ya no hay fusilamientos públicos, pero hay quien, por no ser aceptado por la sociedad, se quita la vida, y otro se muere de hambre. Entonces, no creo que el arte tenga esa soberbia de indicar algo, pero sí plantea una imagen poética y verdadera para que luego el espectador o el lector saque sus propias conclusiones. Pero, sin dudas, el uso de la violencia y la dictadura de Uriburu tienen muchas semejanzas con algunas cosas del presente”, añadió.

El trabajo de los creadores de la obra también se ha visto influenciado por las ideas anarquistas que Severino defendió hasta su muerte. El director Mariano Dossena, el actor Juan Manuel Correa y el músico Julio Coviello, quien compuso la música en vivo, han trabajado en la puesta con la misma filosofía cooperativa que el personaje predicaba. “Lo que intentamos fue montar un espectáculo con la misma pasión y amor que Severino tenía por su lucha”, comentó Rodríguez Molina. El bandoneón, que es parte integral de la obra, refuerza la poética de la historia, con una interpretación en vivo a cargo de Carla Vianello, actriz y música que añade un aire visceral a la narrativa.

Si bien los pensamientos filosóficos del anarquismo no se tradujeron en la novela, sí están presentes en la forma en que uno monta un espectáculo. Es decir, en la manera de relacionarse con el resto del equipo a través de una cooperativa de trabajo, y en el modo de sostener el proyecto con amor, con cariño, con calidad. En poner un bandoneón en escena, decisiones que son formales, y que también hablan de nosotros, como país que siempre acoge artistas, como un país que tiene voz propia, y no como un país domesticado o imitando las formas artísticas de países que no tienen nada que ver con nosotros. Entonces, hay ciertas ideas que se traducen más en la forma de poner un espectáculo en escena que en la poética o en el texto, que está más bien influido por la poesía que leía Severino. La forma de llevar a cabo la obra tiene mucho que ver con lo que él leía filosóficamente”, explicó Rodríguez Molina.

La obra dirigida por Mariano Dossena cuenta con un destacado equipo de colaboradores que contribuyen a su puesta en escena. La actuación principal está a cargo de Juan Manuel Correa, mientras que la música original es compuesta por Julio Coviello, e interpretada en vivo por Carla Vianello. El vestuario y la escenografía son obra de Nicolás Nanni, quien también se encargó de la escenografía, mientras que la iluminación estuvo a cargo de Ana Heilpern. Los audiovisuales, que enriquecen la experiencia visual, fueron creados por Santiago Sorá. La fotografía de la obra fue realizada por Segundo Corvalán, y la asistencia de producción estuvo a cargo de Sebastián Cáneva y Antonella Fagetti. Katiuska Francis asumió la asistencia de dirección, mientras que la prensa estuvo a cargo de Marcos Mutuverría. La producción ejecutiva fue gestionada por Pablo Silva, con Silva Producciones como responsable de la producción, y Felipe Maimone como productor general.

En la construcción del personaje de Severino, el trabajo con Juan Manuel Correa se centró inicialmente en resaltar la importancia del cuerpo. Como explicó Rodríguez Molina, "con Juan Manuel, en principio pusimos en primer plano el cuerpo. Mientras repasábamos la letra, comenzamos a entender el tono y desde dónde se enuncia. Es decir, el trabajo formal del primer tiempo fue entender desde dónde hablaba Severino, entender que no era un muerto, un vencido, un derrotado, sino que era alguien que había muerto con la frente en alto. Desde esta perspectiva, Juan Manuel construyó un Severino muy vital, con matices que exploraban tanto su fragilidad como su nobleza y contradicción, además de sus momentos de pesadilla”.

La formación de Juan Manuel en la danza butoh y su admiración por el teatro de la crueldad también influyeron profundamente en su enfoque actoral. Como explicó Rodríguez Molina, "Juan Manuel, tiene una formación que viene de la danza oriental y es un gran lector de Artaud, del viejo teatro de la crueldad francés, por lo cual ya venía con su idea poética expresada en una actuación más bien rota, no una actuación espejo, sino que forma parte de la escuela de Pompeyo Audivert, el piedrazo en el espejo, para no reflejar la realidad tal cual es. De este modo, la actuación de Juan Manuel no buscó simplemente reflejar la realidad de forma literal, sino que iba rompiendo poco a poco esa imagen frente al espectador, lo que permitió una conexión más profunda con el personaje y su sufrimiento”.

La puesta en escena, por su parte, fue pensada de manera minimalista, con un enfoque que no dependiera de grandes escenografías ni de un uso ostentoso de utilería. "Una puesta más minimalista que entiende que todo el peso está en ese cuerpo contrariado, conflictuado y que no se hace utilización de utilería, ni de una gran escenografía, ni de un juego de luces vistoso, sino que todo trabaja en función de que se pueda lucir el cuerpo de ese hombre que durante una hora está sacrificándose en función de contar esta historia", comentó Rodríguez Molina. Así, todo el diseño de la obra, desde la escenografía hasta la iluminación, se organizó para que el cuerpo de Severino fuera el centro de atención, permitiendo que la historia se narrara a través de su sufrimiento y resistencia.

Con respecto a la inclusión del bandoneón en escena, Rodríguez Molina afirmó que siempre estuvo presente en la obra, ya que desde el momento de la escritura de la adaptación, se había planteado como un elemento central. “Mientras escribía la adaptación, estaba viviendo en un altillo en la casa de Julio Coviello. Nos habíamos juntado para escribir una cantata, y mientras lo hacía, en mi libreta, Julio tocaba una sonata de Scarlatti y algún tango de Pedro Maffia. Así que, sin duda, el bandoneón fue algo medular. Cuando le propuse la idea, fue para que tuviera una voz propia, no solo como música de acompañamiento, sino para que respirara con el actor, para que fuera tan importante como él. Julio entendió perfectamente el pedido. Él había leído el libro y, en ese momento, estaba tocando con el Cuarteto Cedrón, por lo que su relación con la poesía de Raúl González Tuñón, Dylan Thomas, Bertolt Brecht y Juan Gelman ya venía sedimentando esta idea de entrelazar palabra y música. Además, Carla Vianello, quien interpreta el bandoneón en vivo, es actriz, lo que le da una fisicalidad muy particular. Esto también es muy aplaudido por el público, que se va sorprendido y contento”, comentó Rodríguez Molina.

Un hombre peligroso

“Se conoce poco sobre la vida de Severino en Italia, pero sabemos que a los 17 años ya era maestro rural, a pesar de haber completado solo la educación primaria. A esa edad comenzó a desarrollar una vocación por la docencia y por el trabajo en la tierra, en una región rural. Nació en Chieti, cerca del mar Adriático, y tras la Primera Guerra Mundial, al ascender Mussolini al poder, decide emigrar. Se casa con su prima Teresina, con quien tuvo tres hijos; su matrimonio fue una relación algo forzada, como una manera de escapar de las circunstancias”, contó Rodríguez Molina.

Al llegar a la Argentina, Severino se enamora de la famosa América Scarfò y en sus cartas, se reflejan interesantes reflexiones sobre el amor libre, el matrimonio y la paternidad, temas que siguen siendo de actualidad.

“Primero pasa por Brasil, acompañado de Teresina, y unos meses después llega a la Argentina. Se establece en Morón, luego en Ituzaingó, y finalmente se asienta en el centro de Buenos Aires, aunque siempre se encuentra en constante huida. Después del atentado en el Teatro Colón de 1925 y su activa militancia por la causa de Sacco y Vanzetti, dos anarquistas condenados a muerte en Estados Unidos, su nombre aparece en los prontuarios de la policía. Debido a esto, se ve obligado a mudarse con frecuencia, viviendo en localidades como Tigre, Rosario y las afueras de La Plata. En 1931, tuvo la oportunidad de exiliarse en Uruguay, pero decidió quedarse a continuar su lucha y seguir manteniendo su diario, Culmine, un medio que defendió con gran pasión y con el que marcó diferencias con el diario La Antorcha, dirigido por Diego Abad de Santillán y otros anarquistas relevantes de la época” contó.

La historia de Severino se enmarca especialmente después del atentado en el Teatro Colón, donde se celebraba una gran fiesta patriótica italiana, con la presencia del cónsul de ese país. En esos momentos, las ideas del fascismo comenzaban a ganar terreno en Argentina. Fue entonces cuando Severino, junto a varios compañeros, se infiltró en el teatro y, evadiendo a los camisas negras, distribuyeron panfletos exigiendo la libertad de Sacco y Vanzetti. Posteriormente, fue detenido y fichado. Durante el interrogatorio, fue el único que no mintió: proporcionó su dirección y, al ser cuestionado sobre su afiliación política, respondió con firmeza: “Señores, soy anarquista”. Tras este episodio, escribió en su diario, donde se autodenominó un hombre peligroso”.

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