por Miriam Persiani de Santamarina
Cuando decidimos dejar la ciudad para irnos a vivir al sur, sentimos que estábamos dando un “salto al vacío”
Luego de cuatro meses de convivencia, dejábamos nuestro cómodo departamento en pleno centro de Palermo, para iniciar una nueva vida en una pequeñísima cabaña junto a un lago, conocida a través de escasas fotografías que nos facilitaron en la inmobiliaria que nos la había alquilado.
La descubrimos tras atravesar un extenso bosque de pinos y el camino de piedras coloradas nos condujo hasta la entrada principal, dándonos la sensación de estar dentro de un cuento de hadas… ¡Fue amor a primera vista!
Traspasamos una galería con mecedoras, una mesa ratona realizada artesanalmente con un tronco de algarrobo y unos cuantos llamadores de ángeles, que con su sonido parecían estar dándonos la bienvenida.
Ni bien pusimos un pie dentro de la casa, nos invadió un exquisito aroma a canela y el calor que provenía de los leños encendidos en la estufa de piedra, nos “dio un guiño” para entender que habíamos llegado a nuestro hogar.
A pesar del cansancio que teníamos por el viaje, no nos alcanzaban los ojos para ir descubriendo los detalles acogedores que se nos iban presentando a cada paso: los techos de madera color caoba, las repisas en los bordes de las ventanas de vidrios repartidos con visillos blancos tejidos al crochet, las suculentas en macetitas de cerámica de muchos colores y diseños. Desde el ventanal de nuestro dormitorio, en el exterior, los lupinos de variados tonos lilas y violetas parecían ser el marco perfecto para el majestuoso lago de aguas mansas y tono turquesa.
Nos preparamos un rico chocolate, para acompañar las galletitas de avena que nos habían dejado en una amorosa canastita sobre un mantelito bordado a mano.
Tomamos unas mantas y fuimos a la galería a disfrutar de nuestra merienda, escuchando un sinfín de trinos de pájaros, que tendríamos que ir distinguiendo.
Felices y tomados de la mano, mi pareja me dijo: - “¡¿Qué nos falta!?”- a la manera de pregunta retórica. Sin embargo, lo sorprendí cuando de un bolsillo de mi pantalón saqué el celular y le mostré la foto de la ecografía del hijo que estábamos esperando.