por Maximiliano Sacristán
Mi madre se parece hoy
a una posada fuera de temporada.
Hace tiempo albergó a refugiados,
y su vientre fue una tibia casa
en donde abrigarse de la intemperie
y sus depredadores.
Dos veces tuvo a okupas
chapoteando en su jacuzzi amniótico,
pero más temprano que tarde
debió desahuciarlos hacia la luz.
Les diré que era tranquilizador
pasarse todo el día encerrado
en esa habitación viscosa
con servicio all inclusive.
Un cordón bastaba
para telefonear a la posadera
y reclamar lo necesario.
Ahora padezco el síndrome del desaguado
y combato la nostalgia de los exiliados
sumergiéndome cada día en una bañera.