Monita

por Gonzalo Arias

No sabés la humedad que hay acá, Monita,
lo difícil que es vivir
en medio de este aire espeso y viciado
en este aire como de plomo
todo cuesta el doble
todosepegacontodo.
No se puede estar encerrado, Monita,
te empieza a doler la cabeza
y mejor que salgas antes de volverte loco
antes de que te devoren los monstruos negros.
Pero afuera ocurre casi lo mismo
los autos van en cámara lenta
las hojas no se caen
y si se caen quedan suspendidas
atrapadas mejor dicho
en la telaraña infinita de esta humedad
que se clava por todas partes
ya sin cautela
ya sin pudor.
Ahora te escribo desde mi balcón, Monita,
tomando un jugo de naranja tibio
(ya todo es tibio en la ciudad)
y mirando cómo ladra sin fuerzas el perro de enfrente
cómo se apaga su aullido detrás del vidrio.
No sé cuánto más aguantaremos así, Monita.
Uno puede no peinarse
pero ¿cuál es el límite de los huesos?
También entre verso y verso miro al cielo.
Si lo vieras, Monita…
parece que lo molieron a golpes
y que quiere llorar
pero no puede.
Quizá si llora, Monita,
quizá.

Artículo anteriorHogar
Artículo siguienteMi casa, una salida