por David Alonso
En mi hogar, donde el tiempo se desvanece,
habitan personajes con historias entrelazadas,
conversaciones que se entrelazan y florecen,
en cada rincón, en cada palabra compartida.
El viejo reloj marca el tiempo con tictacs pausados,
mientras los soliloquios de los muebles se escuchan,
las sillas se acercan para formar un círculo íntimo,
donde los personajes se abren sin reservas.
La abuela María, con su sabiduría entrelazada en arrugas,
conversa sobre el tiempo y los sueños que dejó atrás,
sus ojos brillan, llenos de recuerdos inolvidables,
y su voz dulce nos envuelve como un cálido abrazo.
El niño Julian, con su imaginación desbordante,
cuenta historias de piratas valientes y princesas,
sus palabras viajan más allá de la realidad tangible,
y nos muestra que los sueños pueden ser eternos.
La madre Lucia, con su paciencia infinita,
conversa sobre las alegrías y los sacrificios de la vida,
sus manos fuertes, abrazan palabras de amor y cuidado,
y nos enseña a valorar cada instante como un regalo.
El abuelo Rafael, con su mirada llena de experiencias,
habla de batallas libradas y adversidades superadas,
sus palabras son un legado de valentía y coraje,
y nos inspira a nunca rendirnos ante la adversidad.
Y en medio de las conversaciones en mi hogar,
cada personaje toma vida propia, se hace presente,
sus palabras fluyen como ríos de emociones,
y juntos, creamos un universo lleno de esperanza.
Es en esas charlas, donde el alma se renueva,
donde los sueños se tejen y se hacen realidad,
cada uno es protagonista de sus propias historias,
y en cada palabra compartida, se descubre una verdad.