por Carolina Salvador
La casita roja es un recuerdo vívido y nostálgico. La extraña con su gran parque y cada uno de los árboles, que aprendimos a nombrar mientras nos deteníamos a cosechar sus frutos y sus flores: robles, magnolia, camelias, paraiso, palo borracho, eucalipto, moras y pinos. Duraznillos, retamas, pitagüa, calas y jazmin. Ciruelos, cerezos y níspetos. Cardos y flores silvestres, azules, amarillas, blancas. Tréboles. Laureles. Siempre verdes.
En la casita roja quedaron los ventanales y la parrilla-hogar; el registro de las tormentas inmersos en la naturaleza, el arduo trabajo de hacernos lugar entre el verde y el bicherio, la leña que recolectamos. Quedó el recuerdo de los primeros pasos de la niña, de las primeras palabras, de su cachorres entre otros cachorros y pichones de otras especies. La gata vieja quedó enterrada en la tierra fértil de la casita roja. "El paraiso" en el que trepó y retozó sus últimos años.
La casa nueva es verde. A Helena no le gusta tanto dice. "El patio es chiquito" dice. Y cuando se enoja conmigo dice además que no le gusta nada esta casita y es mi culpa. Todo es chiquito, claro. Pero tambien nombramos el sauce y el ciruelo, las casuarinas de la entrada con sus "coquitos" que pintamos para jugar. El primer dibujo en acuarela que hizo mientras su papá y yo desembalábamos las cajas de la mundaza, fue de esos dos árboles que custodian la entrada.
Ahora todas las casas tienen dos plantas en sus dibujos. Y muchas ventanas.
Hace poco dibujó además el interior de cada habitación en un plano de corte que seria la alegria de sus abuelos arquitectos.
La casita por venir será de color azul. Ella la va a pintar dice. Con sus manos. Pregunta si va a poder pintar la casa después que la construyamos. Sabe que la casita va a tener unos sauces en la entrada y que el sol va a entrar cada mañana por el mismo lado que en esta casita verde. Pregunta si falta mucho para que haya una casa ahí donde ahora tomamos mate en reposeras, a unas seis cuadras de la casita verde. Mientras practica cruzar sola la calle de tierra desde las casuarinas de nuestra vereda hasta la traquera de nuestra vecina Mechi, hace amiges en la plaza y las compras en la feria. Pide ir al arroyo de paseo. Y a la ciudad, en el micro amarillo, a veces.