La autora nació en Hungría y debió exiliarse a mediados de la década del 50 por cuestiones políticas que atravesaban a su país. Una experiencia que dejó huella en su obra.
"Agota Kristof nace en Hungría y hasta los 21 vive allí, en un pueblo muy chico del noroeste -de 400 habitantes- y su padre era maestro de escuela y su mamá era ama de casa, aunque también tenía un rol docente. Ellos viven en una escuela. Ella tiene que migrar forzadamente, tenía una niña pequeña, porque sucede un levantamiento en Hungría luego de la muerte de Stalin", cuenta el docente y escritor Matías Esteban. Parte de esta vivencia está retratada en su libro La analfabeta.
"Toda su escritura tiene un tono irónico y de un nivel de intención y de sentido que a veces supera lo más superficial. En La analfabeta cuenta su vida a través de una especie de breve crónica donde narra qué implicó cruzar la frontera y atravesar todo Austria hasta llegar a Suiza, donde finalmente se instala", describe Esteban en su columna en Los mundos posibles. Una vez radicada allí, trabaja en una fábrica de relojes, en un país que tiene tres lenguas oficiales que ella desconoce. La escritora describe que el sonido fabril le marcó, en cierto sentido, el ritmo de su prosa.
"Ella cuenta sus desdichas (como exiliada) en el libro Ayer y qué le sucede a sus compatriotas, que muchas veces es desdicha pura y desazón", repasa.
Sus primeras publicaciones fueron obras de poesía y teatro, hasta que en 1986 publica su primera novela, El gran cuaderno. Luego escribió La prueba, La tercera mentira y Claus y Lucas. En estas obras hay un registro reflexivo sobre su propia manera de escritura. Durante su infancia, había llevado un diario con sus vivencias personales donde inventa su propio lenguaje.
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