En esta columna, Julio Zabaljáuregui revisita la historia nacional y hace un pequeño homenaje a Antonio Cafiero quien, siendo ministro de Economía durante el segundo gobierno peronista, siguió el pedido presidencial: que en ninguna mesa argentina faltara el pan.
Finalizando la Segunda Guerra Mundial, el precio internacional de las materias primas que producía nuestro país tuvo un ciclo en alza. Esto provocó un incremento en la balanza comercial favorable a la Argentina. El gobierno logró redistribuir estos mayores excedentes con un criterio de justicia social, lo que mejoró notablemente la calidad de vida de todos los argentinos y más visiblemente a los sectores trabajadores. Así se pudieron encarar políticas de viviendas, de salud y de infraestructura sin antecedentes. Se incrementaban fuertemente las importaciones, en cantidad y con precios más altos. La mesa de todos los argentinos por primera vez en su historia tenía los alimentos necesarios. Sin embargo, relata, Julio Zabaljáuregui “para 1950 las cosas comenzaron a cambiar”. Se sucede el Plan Marshall luego una larga sequía de tres ciclos que puso en jaque al sector rural. “No solo se perjudicaban los dueños y arrendatarios de los campos sino que sin saldos exportables no había recursos para subsidiar la producción industrial”, explicó.
Antonio Cafiero se encontraba a cargo de la cartera de Economía y era por entonces el más joven ministro en el gobierno de Perón.
Julio recuerda las palabras de don Antonio: “Sí, a mí me tocó afrontar lo del pan negro. La oposición decía que era producto de la política, pero fue por la sequía. Comenzamos a importar una gran cantidad de toneladas de trigo sólo para cubrir el consumo interno. Aparecieron grandes titulares en los diarios, ‘Argentina ex granero del mundo, ahora importa trigo’. Decían que eso reflejaba el fracaso del gobierno. Nos reunimos con unos funcionarios y les pregunté si no había una forma de frenar la importación de trigo, porque además del costo, era una mancha. Entonces, a uno de mis funcionarios, no recuerdo a quién, se le ocurrió que se podía mezclar una parte de la molienda de trigo con una parte de la molienda de mijo, que sobraba. Como resultado teníamos la harina necesaria para seguir produciendo sin importar”. El pan negro o "pan cabecita" fue la respuesta del gobierno peronista para poder dar respuesta a la falta de pan que vivía el pueblo.
Y el General preguntó: “¿Podemos garantizar que haya pan, en cada mesa Argentina? Perón pensaba que era mejor exportar el poco trigo que había. Por decreto mandó a mezclar el trigo con mijo en todos los molinos del país”.
El pan negro o "pan cabecita" fue la respuesta del gobierno peronista para poder dar respuesta a la falta de pan que vivía el pueblo
La clase media porteña criticó aquella medida porque venía de un gobierno peronista. Julio recuerda a Enrique Discépolo y sus diálogos radiales con Mordisquito* cuando decía “ahora ´el medio pelo´ se queja porque ´nos hacen comer pan negro´" y pinta una escena muy de aquella época: “En 1952 una señora regordeta y acomodada en la calle Posadas del Barrio Norte Porteño compra indignada un kilo y medio de pan negro. La tonalidad peronista ha llegado a la mesa de la gente bien”.
El cierre de la columna deja una reflexión: “Hoy comer pan negro, con cereales, diet, en bolsita, es de gente bien que se cuida mucho, y es más caro y más careta. Comer pan negro es de blanco y comer pan blanco es de negro. Las vueltas que da el Teatro de la historia peronista!”.
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*De los diálogos entre Discépolo con Mordisquito por radio Nacional, en 1951. Se trataba de un personaje creado por Discepolín, un estereotipo del gorila porteño y antiperonista de entonces.