Sergio Frugoni es profesor de Letras y docente de la UNLP. Durante la cuarentena está realizando traducciones “argentinizadas” de haikus, poemas breves japoneses que proponen ver el mundo desde el detenimiento y el asombro.
Para entender las traducciones que Sergio Frugoni hace en su blog, primero en necesario saber qué es un haiku. Por un lado, está la gramática de este género poético oriental: 3 versos que contienen 17 sonidos divididos en 5-7-5, que entendidos “occidentalmente”, serían sílabas. “El japonés no cuenta sílabas como nosotros, cuenta sonidos cortos y largos. Tampoco está la distribución en verso. Un haiku, si uno lo lee en japonés, es una linita o a veces esta como distribuido en una pintura”, contó Frugoni en el aire de Futura en Casa. Pero, además de la cuestión gramatical, existe un visión interpretativa en la que el traductor se toma ciertas licencias. Es decir, “hay un universo de palabras y de conceptos que para nosotros son muy extraños y que para decirlo tenemos que decir un montón de frases que los japoneses tienen una única palabra”. Para ejemplificar el trabajo de traducción que implica un Kanji (símbolo gramatical japonés) añade: “hace poco traduje un haiku que tiene una palabra interesante era: kim udimu que significa ‘la mañana siguiente a la que te despertás con alguien que pasaste la noche’. Ese concepto nosotros no lo tenemos o lo tenés que decir como con todo una vuelta y en Japón ésa es una palabra”.
“Hay una cosa que es interesante de Japón y es que gramaticalmente las oraciones se forman de manera inversa que en el castellano, por ejemplo, si uno quiere decir ‘hay un perro al lado del árbol’, en japón es: ‘árbol y al lado un perro, hay’. Es otra gramática, entonces esto tiene como una dificultad para poder acostumbrarse a esa manera de pensar”, expresó.
Un ojo que mira lo mínimo
El haiku nace como un género oral en el 1600 donde un maestro lanzaba un concepto y, como si se tratara de un cadáver exquisito, los presentes seguían la idea con otros haikus, “como una especie de payador”. Con el tiempo estas ideas disparadoras de cadenas interminables de haikus, fueron escribiéndose hasta llegar al siglo XX, donde muchos literatos hicieron sus traducciones. “Yo creo que fascina y fascinó tanto a los poetas del siglo XX porque es una poesía muy objetivista en el sentido de que no está el yo. Siempre es una especie de ojo que capta un instante. El asombro, el ingenio, mirar algo detallado, chiquito, mínimo”, opinó Frugoni. “Es como una manera de mirar la realidad. Cuando uno entra y empieza a leer haikus te empezás como a contagiar de esa manera de mirar el detalle, mirar algo chiquito con asombro, de tratar de encontrar la palabra justa que suene, que sea redonda”.
Si bien se suele esperar a que estas líneas tenga una enseñanza trascendental de fondo, Sergio apunta que esa es una mirada occidental sobre el género, “en realidad muchos de los haikus tienen que ver con algo más de la experiencia. Los poetas del haiku eran tipos andariegos, medio vagos, que andaban por ahí. No tenían demasiado encima. Les interesaba esa vida, esa vida itinerante y mirar con asombro la realidad de la naturaleza”. Por eso, concluyó, “no sé si hay un mensaje trascendental, hay como una actitud. Y es la actitud que te lleva a ver los pelos de una oruga. Pero también el haiku es un género como del ingenio, de jugar con las palabras. No de cosas profundas, sino de regodearse en lo poético, lo poético entendido de esa manera”.
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