En los últimos meses, el reciente ministro de Salud, Daniel Gollán se expresó públicamente a favor de tratar la despenalización del aborto. Casi de inmediato, el Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández salió a desdecirlo. Más tarde, el Ministro de Salud de la Provincia, Collia, rectificó la negativa: “no es un tema de agenda en la Provincia ni en Nación”.
Las implicancias de este marco de clandestinidad se traducen a que nadie responde por las mujeres muertas por aborto inseguro. No existen cifras exactas acerca de los abortos en el país. Estas se obtienen con métodos muy indirectos: a través de los ingresos y egresos de hospitales públicos del país por complicaciones post aborto, aunque “quedan por fuera del cómputo aquellas que recurren a un aborto seguro y no tienen complicaciones, las que reciben atención en entidades” afirma Mariana Carabajal, periodista especializada en la cobertura de temas relacionados con los derechos de las mujeres, de la niñez, y derechos sexuales y reproductivos. Por este camino se llega a la cifra aproximada: entre 60 y 70 mil mujeres al año interrumpen su embarazo. Según la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro, y Gratuito, anualmente en Argentina abortan alrededor de 500.000 mujeres. Socorristas en Red, una articulación de colectivas feministas que acompaña y brinda información a mujeres que quieren abortar, registraron 1116 acompañamientos en la 4ta Plenaria de la organización, realizada en Córdoba. Mientras que el informe correspondiente al 2014 del servicio Socorro Rosa de La Revuelta, en la provincia de Neuquén, dice que durante el año pasado 12 mujeres abortaron por semana con acompañamiento de la Red. De 673 mujeres que se comunicaron, 580 brindaron datos que sirven para pensar sus características socio demográficas: El 91% son mayores de 18 años, el 68% son creyentes de alguna religión, el 62% tienen hijos e hijas.
De acuerdo con el informe, estos porcentajes sirven para desactivar los prejuicios en torno a las mujeres que abortan, pero de una forma colateral, también cuestionan los preconceptos sobre las juventudes, sobre las religiosas, sobre las maternidades. No se trata de jóvenes irresponsables, no hay dios ni papa argentino que impida abortar cuando la decisión está tomada.
De haber un relevamiento oficial de estas cifras receptivo con la realidad de las mujeres, se podría asumir políticamente que la ilegalidad no impide que nosotras sigamos abortando. La negación es funcional a una postura tomada por la mayoría del arco político: la de no tratar el aborto como un problema de salud pública. Le ilegalidad y el silencio vulnerabilizan a las mujeres, y doblemente, de aquellas que, por encontrarse en situación de pobreza, no pueden pagar por una práctica segura y mueren, o son criminalizadas. Así lo afirma el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) en un documento para aportar al debate: “Las restricciones a los derechos sexuales y reproductivos tienen un impacto negativo y desproporcionado sobre diversos derechos humanos de las mujeres, sobre todo las más pobres”.
La violencia de la negación: nosotras abortamos, nosotras lo nombramos
La clandestinidad que envuelve a las mujeres cuando decidimos abortar es una densa oscuridad generada por una máquina de violencias que opera en algunos medios de comunicación masivos, en todos los ámbitos de la vida, todos los días. En los múltiples discursos que (nos) hablan desde las academias, los consultorios, los escritorios. Desde ahí, actores habilitados opinan sobre cuál es la mejor decisión para una mujer, cuándo debe tomarse, cuándo un feto es viable o no y qué es lo traumático para las mujeres. Para ellos, los habilitados, decir cómo deben ser las cosas es lo mismo que decir cómo son las cosas en realidad.
Poco y nada de espacio queda en esos ámbitos para que las mujeres puedan decir sobre sus propios proyectos, sus vivencias que se cuentan con palabras de otros, sus cuerpos, de otros, que parecen conocerlos más que quienes los habitan. Nos lo dicen a veces de manera más explícita, a veces por lo bajo, a veces sin palabras: que las mujeres somos primero madres, que lo llevamos adentro. Que es natural, espiritual. Que es racional, o moral.
Cuando morimos porque no quisimos ser madres ni llevarlo adentro, se habla de “muertes maternas”. El silencio que envuelve nuestras muertes es el mensaje, y opera como correctivo para las que decimos que no prestamos nuestros cuerpos para esto. O que decimos sí a otras cosas que no son la maternidad forzada. Llamar muertes maternas a las muertes de las mujeres gestantes opera de manera perversa, reforzando la representación social de la mujer como madre. Condenando culturalmente a las mujeres a maternar por la capacidad gestacional propia de su biología. Este anudamiento entre sexo y género, (este último como construcción histórica, social) impregna los discursos sobre el aborto, y sobre las implicancias que la práctica tendría sobre quienes abortan. No es inocente ni objetivo que se sostenga que el aborto repercute en la psiquis de manera negativa. Cuando dicen que genera traumas futuros, culpa y arrepentimiento, se cruzan discursos provenientes de la iglesia y de la medicina. Unidos, silencian otras experiencias, otras maneras de ser mujer. Se penaliza el aborto en las subjetividades, y así, las mujeres guardamos silencio. Como si se tratase de algo privado, vergonzoso. Como si lo personal no fuera colectivo, político.
La organización contra toda clandestinidad
La despenalización y legalización del aborto siguen siendo deudas de la democracia. Los dichos y desdichos oficiales ponen de manifiesto la diversidad de posturas que el tema suscita en el gobierno, y también en los partidos opositores. Cuando en el plano legislativo brota con timidez la promesa de una discusión seria, el uso político de los discursos a favor y en contra dicotomizan la problemática y operan como silenciadores de lo que vivimos (y morimos) cotidianamente las mujeres.
Para países como el nuestro, donde el aborto es ilegal a excepción de abortos no punibles (ANP) contemplados por el Código Penal, como
aquellos que son producto de una violación o los que ponen en peligro la vida de la mujer, la Organización Mundial de la Salud (OMS) elaboró un protocolo para el aborto medicamentoso con Misoprostol. Esta droga puede usarse durante los primeros tres meses de embarazo y produce contracciones uterinas que expulsan el feto.
Los profesionales de la salud tienen la obligación de brindar toda la información cuando una mujer expresa su voluntad de interrumpir un embarazo, pero en la práctica, desde los consultorios no se respeta ni acompaña la decisión de las mujeres. Para abortar, muchas veces se acude a los profesionales que se enriquecen con la ilegalidad, donde el precio de los abortos acrecienta la brecha entre ricas y pobres. Las primeras, con suerte conservarán la experiencia en el silencio. Las segundas, no siempre conseguirán que sea un médico o médica quien efectúe la práctica. Abortarán en pésimas condiciones de salubridad, de acuerdo a lo que puedan pagar. Algunas sobrevivirán.
Sin embargo, en los últimos años ha disminuido el número de muertes por aborto inseguro, y esto se relaciona con el uso del misoprostol en Argentina, promovido inicialmente por “Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto”, que informaban sobre el uso de las pastillas en un manual que costaba 5 pesos en el 2010, y que también se difundía de manera gratuita, y a través de la línea telefónica “Más Información, menos riesgos”. A raíz de la difusión del aborto medicamentoso surgen en el país las consejerías pre y post aborto, y resulta fundamental la acción colectiva y el acompañamiento de redes de socorristas, activas en todo el país, como es el caso de la Consejería Decidimos, en La Plata, Berisso y Ensenada, que nacieron con La Revuelta, de la provincia de Neuquén.
De esta manera, las mujeres asumen otra relación con lo que les sucede cuando abortan, acompañadas, comprendidas, empoderadas sobre su cuerpo y sus proyectos de vida, que cuestionan y resisten la adscripción a un sistema de violencias institucionalizadas. Las socorristas entienden que acompañar a las mujeres es “quitarle al patriarcado la exclusividad del saber” y esa es una manera de constituirnos sujetas de transformación: llamar a lo que nos pasa con nuestras propias palabras, allí donde nos niegan el derecho de deci(di)r.
- Consejería Decidimos – Socorristas en Red en La Plata, Berisso y Ensenada. Teléfono (0221) 155361279 FB: https://www.facebook.com/consejeria.decidimos
-¿Cómo hacerte un aborto con pastillas? Instructivo interactivo paso a paso de Colectiva La Revuelta