Sepultada por la crítica al momento de su estreno, "Un buen día" generó un culto de fanáticos que la rescató del olvido, despertando la curiosidad del cineasta que decidió hacer una película para retratar el fenómeno.
Presentada en el Festival Internacional de Cine de Buenos Aires (BAFICI) en abril de este año, Después de un buen día de Néstor Frenkel documenta el fanatismo por Un buen día, película dirigida por Nicolás Del Boca, que recibió duras críticas al momento de su estreno en 2010. Con el correr de los años, el filme cosechó un seguimiento de culto, impulsado principalmente por "El grupo de apreciación de Un buen día", que organiza proyecciones, dramatiza escenas y produjo un fanfilm. Estos elementos llamaron la atención de Frenkel, que decidió plasmarlos en una obra donde se muestra el reverso de la que fue catalogada por algunos críticos como "la peor película del cine argentino".
“No sé si es mala, puede ser mala, pero no es "la peor película del cine argentino" porque eso no existe, no hay forma de medirlo. Las peores películas son las que se olvidan, las que pasan desapercibidas, las que nadie recuerda, y en este caso pasa todo lo contrario: es mirada muchas veces por las personas, hay un fanatismo. Las películas malas no dejan huella y ésta si la dejó, marcó la cultura audiovisual argentina”, introduce Frenkel en Los Mundos Posibles.
Escrita y guionada por Enrique Torres, con actuaciones de Lucila Solá, Aníbal Silveyra y Andrea Del Boca, Un buen día describe un encuentro casual entre Manuel y Fabiana, dos argentinos que residen en la ciudad de Long Beach en Estados Unidos, él está escribiendo el guion para una película, ella está tratando de superar una ruptura amorosa, unidos por la casualidad deciden pasar el día juntos y volverse cada vez más íntimos.
Sobre la búsqueda que tuvieron Del Boca y Torre a la hora de llevar esta historia a la pantalla, Frenkel dice que “las películas nunca son lo que exactamente queremos hacer, hacemos algo, dejamos parte de nosotros, de nuestra alma, lo ponemos en juego y después las cosas toman vida propia, pasan a ser parte del mundo y son miradas por otros y se convierten necesariamente en otra cosa. A veces esa otra cosa se parece bastante a lo que imaginamos y a veces no, a veces la distancia es bastante grande, como en este caso, pero es lo que pasa con cualquier hecho artístico”, y agrega: “Me parece interesante pensarlo así en esta época de cine de plataformas, donde todo está hiper-calculado, hiper-diseñado, son cosas hechas por nadie, casi hechas por inteligencia artificial y algoritmos, son completamente impersonales”.
El fanatismo por la película sobre la que habla el documental dispara una discusión por el consumo irónico, ¿existe algo así, podemos consumir una obra de manera irónica? Frenkel opina que “el consumo irónico es un escudo, o una pretensión de ponerme por encima de lo que te gusta porque te da vergüenza. Previo al "consumo irónico", está el concepto de "placer culposo", que es un poco triste, los placeres no deberían darnos culpa. Si te gusta, disfrutalo, no lo sufras, no está mal. No estemos tan tabulados, tan organizados, tan ceñidos por la critica cultural o por lo que se supone que es cool, o está bien o es elevado, si nos gusta y nos hace feliz, vamos por ello”.
“El vestido de fiesta del placer culposo es el consumo irónico, me acerco a eso, pero me río de eso, me pongo por encima de eso, sabes qué amigo, te gusta y punto, ponele el nombre que quieras, miralod e la manera que quieras, pero si volves ahí es porque te gusta. Perdiste, esa obra te ganó”, concluye.
A modo de cierre, Frenkel amplía la discusión y agrega una reflexión que abarca no sólo al cine, sino a todas las formas del arte: “Una de las funciones del arte es que te obliga a hacerte preguntas sobre vos mismo, que te incomode, que te saque del lugar donde crees que tenes todo organizado, el arte está para sacudirte, para hacerte pensar, que no sea sólamente llenar los casilleros de lo que hay que ver o lo que hay que consumir”.