por Abraham Ortiz
Puede ser una casa imaginaria o real.
Puede ser un libro que en su techo
tenga lunas dormidas o arañas.
Puede ser la costumbre de plantarse
delante del televisor y esperar que tu cónyuge
te diga Agripino, eres una sombra,
eres un delito, una barriga que se pasea
por mis ojos y manda al carajo eso tan bonito
que tenía de ti en la pupila.
Puede ser un ladrillo que lanzan
contra otro ladrillo al día siguiente de elegir una corbata
o a un político para que navegue
con los hooligans del fango y los caimanes
de allá, del sitio donde la tierra oculta los bohíos
y las casas se construyen con sueños tan pequeños
que dentro caben los políticos
y sus discursos de alfombra.
Puede ser que estemos juntos, que hablemos
de lo que ocurrió hoy en la obra,
cuando se desprendieron los andamios de una grúa
y las tristes gaviotas de la tarde alzaron vuelo
para posarse más allá,
en el sitio donde la tierra oculta sus bohíos,
y tú me escuchas retenida en un frasco de mermelada.
Puede ser que instalemos un jardín
con vistas a un material precioso
o que en el sofá junto a los cojines
instalemos los pilares de la tierra,
el lugar donde el hormigón de la luna
hará de nuestros lobos
una recua de adornos y floreros.
Puede ser una foto encima de una hormona
que alumbrará la cuna en el cuarto,
las paredes donde los años acumularan
la manera en que tejimos ciertos privilegios.
Puede ser la casa entera o un árbol
al que los soldados del sol han quemado las hojas.