Albañilería afectiva para la construcción del pluri-verso
por Sol Victoria Liporace
En mi infancia, junto con mi hermana, inventamos una práctica de albañilería
afectiva. Todos los veranos volvíamos a emprender el hacer, frente a la
sospecha de que la arquitectura factible, presentaba un modo de existencia aún
por descubrir. La tarea nos ocupaba mucho tiempo, y no se agotaba. Habíamos
encontrado un ardid, un hiato insalvable de una manera de estar aún no
consolidada. El recuerdo, enero tras enero, de la construcción realizada,
esclarecía una penumbra donde se bosquejaba el modo de existencia inacabado
de la obra.
Frente a tal carencia, no constitutiva sino potencial. Comencé a atender que
en el ejercicio del hacer, en el gesto instaurador pensado, practicado y sentido,
residía la experiencia íntima, inmediata y directa con un asunto del cual me tenía
que hacer cargo.
Años después, comencé a estudiar en Humanidades. Busqué cartografiar
afectos-conceptos que apuntalaran una redención, una suerte de sensibilización,
frente a las miradas ortopédicas de la realidad. “La sociedad” era una
construcción, “la psiquis” era una construcción, “lo natural” era una construcción,
“el lenguaje” era una construcción, entre muchas más “cion” (acción y efecto).
Así se me presentó que la construcción más que un sustantivo era un verbo:
“construir”. Por tanto era una acción-un hacer-, en donde se des-marcaban
modos de existencia pasibles de ser descubiertos entre medio de la distancia y
contingencia de los sistemas de re-presentación del uni-verso.
Era tan simple que a nadie se le había ocurrido. No era necesario un martillo
para de-construir los esquemas de creencias establecidos. Éstos se encontraban
en un espacio de ruinas tal, que la conmoción del pensamiento podía mover las
estanterías perceptuales sedimentadas por décadas. Los modos de existencia
de la casa por hacer, residían en la des-composición de las maneras de vida
imperantes. Se parecía más a una presencia ausente, que permanecía en
aquellos espacios materiales y simbólicos, en los cuales, la operación
fundamental se centraba en la manera de estar: o bien ocupándolos o bien
habitándolos.
Aunque viajé mucho tiempo como tortuga, creyendo que en mi mochila se
encontraba la casa portátil elegida, y nómade. Mi última mudanza, y la posibilidad
de un cuarto propio, me revela que sigo buscando quizás, volver a encontrar la
casita de palos, como si hubiera algún lugar al cual escapar: la infancia. El refugio
como dejavú de una esperanza, es todavía un anhelo para quienes creemos que
la única obra en constante construcción, es la de un mundo en el que todes
podamos y queramos vivir.