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La nueva casa

por Juan José Reimondez

Querido amigo, hoy me he mudado a la nueva casa, ¡Como quisiera que pudieras verla!... claro que después de lo sucedido, eso no será posible, así que en igual medida que siento alegría siento tristeza; cuando pensaba yo que el resto de mi vida seguirían siendo una cadena interminable de viviendas cada tres o cuatro meses, al fin llegué a la definitiva.

Por fuera es diferente a cualquiera, por dentro tan igual a mi casa de la infancia y juventud, lo he querido yo así, exprofeso, para encontrarme en un ambiente conocido cada vez que me levante por las mañanas, no soportaría no reconocer donde he dormido, o almorzado… los esfuerzos por aclimatarme me hubiesen destruido.

Creo tener todo lo necesario, mis libros, mi máquina de escribir, mi mano diestra (la única que conservo con movilidad), y las neuronas suficientes como para seguir plasmando historias, que, a partir de ahora nadie podrá conocer. No por ello me dejaré caer en la simplicidad, por el contrario, sostendré vivaz mi crítica al igual que mi sarcasmo, y humor, siempre habrá algo nuevo sobre lo que escribir y si no lo hay la cuota de ficción reclamará su lugar, caracteres negros sobre blanco papel.

La pieza de huéspedes, es igual a la que solías habitar cuando me visitabas en el comienzo de nuestra amistad, hasta los mismos colores: tres tonos diferentes de “verde”; la ventana de ese “tu cuarto” también orientada al poniente, para grabar en las retinas todos los posibles paisajes que brinden los atardeceres.

Como están cuidados todos los detalles, el enorme techo a dos aguas estará libre de canaletas para apreciar el estrépito de las cataratas que se formarán en los tiempos de lluvia.

Qué pena que esta carta, que te llegará de forma poco convencional, obviamente sin sellos de correo ni remitente sea la última, imagíname pues taciturno vagando por la nueva casa, golpeando alguna pared ante la impotencia de no poder calmar mis jaquecas (que han empeorado), imagíname feliz canturreando esas canciones que nos acompañaron en la juventud, cantándolas en el baño preferentemente donde el eco las potencia en sonoridad, total, nadie se escandalizará por estos lares, ni juzgará mis cualidades de cantante, nadie vive por aquí, me he cerciorado de ello, las voces que me rodean son las aguas de un ruidoso arroyo, el silbido del follaje en el bosque y no más…

Dejaré por las noches una lámpara encendida en ese cuarto, para al ver un tenue resplandor bajo la puerta y pensar en no interrumpirte por si estas ocupado en algo.

La nueva casa es ahora mi hogar, mi nueva vida, mi lugar en el mundo, adiós amigo mantente siempre fiel a tus convicciones como yo a las mías; ya no se trata de ser feliz, sino de sobrevivir.

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