por Juan David Márquez
No entiendo cómo pude aceptar hacer ese viaje. Nunca me ha llamado la atención el mundo de las sombras, soy muy miedosa y hasta la oscuridad me aterra. No era difícil decir que no, y quedarme en casa descansando esas vacaciones. Hubiera podido disfrutar de la playa, visitar a mi abuela o simplemente no hacer nada, como siempre lo hago. Pero no, tenía que ceder ante los demás, acompañar esta locura y terminar con los nervios destrozados y la vida perturbada. Ahora sé que no volveré a ser la misma. Sin embargo, espero algún día lograrlo. Espero al menos ver una película de terror nuevamente.
Amanecí con las cobijas pegadas de mi cuerpo, toda sudada y colorada. Ese día hizo demasiado calor, la noche anterior fue luna llena y los pájaros amanecieron alborotados, como si celebraran el inicio de las vacaciones. Uno cree que no puede ser más extremo el clima, pero cada año el calor es mayor. En la calle no hay aire acondicionado y se siente como un sauna mientras camino por el cemento ardiendo, se siente a través de las suelas de los zapatos. Voy camino a mi perdición, avanzo hacia el horror de la historia no contada, al escenario de mi última función como chica inocente, y mi papel es el de la mujer que corre y grita. Un clásico.
La estación del tren fue el punto de encuentro. Allí estaban con mis amigos y partimos hacia una ciudad que está un poco deshabitada. Los edificios son viejos y las fachadas están llenas de moho, algunos no tienen ventanas y hay muchas fábricas abandonadas. Hace aproximadamente setenta años estaba bastante poblada, había allí muchas personas judías que fueron separadas y confinadas en estas estructuras tétricas. Desde que llegamos supe que había sido una mala idea viajar allí, en el aire se siente la muerte y la tristeza. Las personas caminan despacio y mirando al suelo, o con la vista perdida en el horizonte. El contraste somos nosotros, unos jóvenes turistas alegres riendo por ahí.
Pedro es un patán, siempre está buscando maneras de hacerme enojar o de burlarse de mí. Estando en la estación, me ha amarrado una soga entre ambos zapatos y al ponerme de pie, he tropezado hacia adelante. Con mis manos llenas de bolsas y los pies atados, caí de frente sobre mis rodillas. Debí continuar el viaje con mi pierna herida. No sé para qué fui a ese viaje, ni siquiera es gracioso, ahora estoy adolorida y me duele cada paso que doy, lo peor.
Caminar la ciudad se siente extraño, no hay niños en las calles, no hay gritos ni celebraciones, no parece temporada de vacaciones, no hay vida en la urbanidad, como si alguien se hubiera llevado la alegría y la hubiera enterrado bajo la tierra. En realidad, eso fue lo que sucedió, los hechos que aquí se vivieron no pudieron se peores. En todas partes hay casas y construcciones desoladas, el miedo parece llenar el aire, se siente espeso, como si cayera sobre nosotros por la gravedad. Muchas personas perdieron sus vidas confinadas en esas estructuras, algunos por asfixia, otros a causa de los golpes propinados por sus carceleros, muchos fueron quemados o enterrados vivos, otros simplemente murieron de hambre con el pasar de los días. Estas mazmorras han sido testigos de todo tipo de vejámenes, han visto caer derrumbados muchos inocentes, han presenciado su dolor y el momento exacto en que han dejado de vivir, el instante en que han parado de respirar. El suspiro de vida que se extingue lentamente y acaba con su sufrimiento. Cuánta fragilidad.
He viajado con la intención de honrar sus vidas, de recordar su muerte y de glorificar el amor por los demás seres vivos, pero los demás no tienen esa actitud. Charlie se la pasa riendo de las formas en que han asesinado a esos judíos, Bárbara por ese tiempo está enamorada de él y por tanto lo sigue con su risa escandalosa. Ni qué decir de Pedro, sólo me habla para reírse de mí. En fin, lo único que intento es pasarla bien a pesar de toda la situación. El plan es visitar algunos lugares lúgubres. Charlie ha conseguido el contacto de un lugareño que nos daría un tour clandestino a través de las alcantarillas para acceder a una casa que fue el lugar de muerte de al menos cinco mil personas, según los datos que pudimos corroborar en el museo de la ciudad.
Señora disculpe, ¿podría decirnos cómo llegar a Monowitz? Le pregunté a una mujer pálida y extremadamente blanca que pasaba por el parque en que nos encontrábamos. No vaya allí niña, no hay nada que ver, me respondió ella y siguió caminando con su mirada fija hacia el suelo. No voy a olvidar esa mirada, sus ojos parecían los de un invidente. Es allí a donde debíamos llegar para encontrarnos con nuestro guía. Tuvimos que tomar un taxi, aquel hombre en un principio no quería llevarnos al barrio, pero le hemos ofrecido dinero adicional y ha aceptado. Al arribar he reconocido de inmediato el lugar, en muchas fotografías de la guerra se diferencia la misma entrada que teníamos al frente. Me siento aún más extraña ahora, se pueden distinguir las paredes de alambres y las rejas desgastadas por la lluvia, las mismas que evitaron a miles de personas escapar de su exilio.
El guía es un hombre de unos treinta años, con abundante barba y muy extraño. Lo que no soporto es tener que ir allí de noche, pero de otra forma no podríamos entrar ya que mantiene rodeado de policías. Es uno de los lugares prohibidos para los turistas y para cualquier persona en general. Ahora sé por qué.
Hemos tenido que bajar por unas alcantarillas que despedían un hedor terrible. He ido varias veces a la morgue de mi facultad, pero nunca había sentido ese olor fétido, a muerte y a desechos mezclados con heces y desperdicios orgánicos. Este cóctel de olores me ha hecho vomitar, al verme Bárbara ha vomitado también. Luego de caminar cerca de diez minutos, subimos una escalera que nos dejó dentro de la sala principal de aquella casa. El olor allí ya no es tan fuerte, pero lo he sentido toda la noche y hoy lo siento aún en mi nariz.
Ha sido imperante el uso de linternas para ver en el interior, ya que, al estar abandonado el lugar, pues no tiene energía eléctrica desde hace varias décadas. En ese momento ya tenía los nervios de punta, hemos recorrido un par de cuartos vacíos, pero con numerosas manchas en las paredes, en el suelo y hasta en el techo, probablemente sean manchas de sangre que sobreviven al tiempo. Tal vez narran la historia de personas que lucharon por no morir. La pierna me está matando de dolor.
Nuestro guía no ha dicho una sola palabra desde que subimos la escalera, antes de eso sólo nos dijo su nombre. Una palabra en polaco que nadie recuerda. Bárbara le hace preguntas, pero él sólo la mira y sigue caminando. Lo seguimos por varios minutos y nos invita a entrar en una recámara amplia cuyas paredes son de color rojo. Una escena surreal tiene lugar allí. Aquel hombre empieza a soltar carcajadas de forma descontrolada, yo empiezo a gritar, me produce terror esa risa tan miedosa. De repente se gira noventa grados y empieza a correr por aquella habitación. Todos nos miramos con los ojos completamente abiertos, excepto por Charlie que los cierra violentamente y se queda estático. Estoy tan asustada que he dejado caer mi linterna, no quiero averiguar lo que va a pasar a continuación, así que la recojo y salgo corriendo de aquel cuarto y mis amigos hacen lo mismo.
Después de mucho correr, he llegado a un cuarto inundado, el agua me llega a los tobillos. No sé qué hago allí, pero trato de buscar una pared para protegerme de lo que sea que esté sucediendo. Cuando trato de caminar entre el agua babosa, me resbalo y me hundo hasta el pecho. No veo nada y grito lo más fuerte que puedo. Mis manos y piernas tocan algo que está en el agua, hay alguien allí que trata de agarrarme, estoy viviendo momentos de puro pánico cuando finalmente logro salir de ese lodazal. He logrado mantener la linterna fuera del agua, de lo contrario seguro hubiera muerto allí mismo. Siento mi piel erizada al ver que es un cuerpo inerte completamente descompuesto y fraccionado lo que me ha tocado mientras luchaba por no ahogarme en esa piscina de inmundicias. No veo a mis amigos por ninguna parte.
Estoy temblando, lo sé porque no puedo mantener fija la linterna en mi camino. Siento un murmullo a mi lado y creo que es alguno de mis amigos. Cuando por fin puedo mantener la luz fija enfoco a mi derecha y no puedo creer lo que veo. No puedo sentir mi cuerpo y me recorre una sensación que me encalambra toda. Es la misma mujer que he visto más temprano en la calle, ahora me mira fijamente y yo estoy paralizada. Cuando puedo reaccionar, corro.
El lugar está completamente solo. No se oye nada y yo estoy entre delirando y llorando. De hecho, algunas situaciones no puedo recordarlas bien. Mi mente ha jugado conmigo mientras estaba allí sufriendo. He vuelto a ser consciente y estoy de nuevo con mis amigos. La primera imagen después de este desmayo es la de Pedro dándome golpes en la cara y diciéndome “¡Despierta, vamos despierta!”. He sido encontrada en un cuarto lleno de máquinas de tortura y con muchas manchas en la pared, rayones, dibujos que han sido borrados por el paso del tiempo, veo formas de manos en el techo. ¡Está aquí! Grito asustada al ver el rostro de la mujer moviéndose en el aire. La señalo con mi dedo y Charlie emite un grito de terror que nunca voy a olvidar, sonaba como la agonía de un cerdo mientras lo matan para cocinarlo. En ese momento todos empiezan a correr de nuevo y escuchamos la voz de la mujer decir “Es toda su culpa, no me maten por favor”. Esta voz ronca la siento taladrar en mis oídos, pierdo el equilibrio y caigo nuevamente. Está detrás de mí ahora, lo sé porque la escucho, ¡No soy judía! Grita la mujer, la siento cada vez más cerca, pero sigo corriendo, no importa la pierna.
“Esperemos a la coja” escucho decir a Pedro, es increíble que después de esto siga con sus burlas. Yo estoy fuera de mí y sin importar el dolor llego hasta donde están los demás, listos para salir del lugar. Es un alivio que estemos todos juntos, excepto claro por el guía, a quién hemos perdido hace ya unas horas. Aunque a juzgar por su transformación, preferimos no verlo nunca más.
Los gritos de la mujer han cesado y hemos seguido nuestro camino de regreso fuera de aquella casa. Contar esta historia me ha tomado cerca de cuatro años, durante los cuáles no he tenido vida. Aún hoy vivo con una angustia permanente, la primera persona a quién se lo conté fue a mi psicóloga hace unos dos años, y he tenido que hacer un gran esfuerzo para escribirlo y tratar de recordarlo todo. De seguro estoy olvidando algunas escenas.
Estoy agotada, siempre lo estoy desde aquel día. Cuando cierre mis ojos para dormir me encontraré de nuevo con aquella mujer flaca y pálida, aquella alma que me advirtió y no la escuché, esa persona que tal vez vivió sobre esta tierra y que quizá ha sido asesinada de una forma brutal con alguna de las máquinas que vi allí. No puedo imaginar su muerte, pero siempre sueño con ella. Cada que cierro los ojos veo su rostro mirándome fijamente a pesar de tenerlos ciegos y completamente nublados. “Ya no temas niña” es lo que siempre me dice, “Al menos estás viva”.