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La favorita de mamá

por Griselda Labbate

Buenos Aires, 25 de abril de 1992

Querida Daniela,
Hola. Quería avisarte que mamá se murió ayer. Me dijo que te avise que hace muchos meses estaba enferma, tenía cáncer en una teta. Vos dirás, si hace tanto que estaba enferma, ¿por qué no me avisaron antes? ¡Y tenés mucha razón! Pero bueno, se me pasó. Estuve muy ocupada, justamente, cuidándola. Fuimos de médico en médico buscando un tratamiento pero resulta que estaba bastante avanzado ya. Finalmente optó por resignarse a transitar la enfermedad y esperar la muerte. No fue fácil, eh. No, no, no. No te creas que fue fácil. ¿Vos qué hiciste este verano? ¿Mucha playa? ¿Muchachos? ¿Tequila, tal vez? Ahhh dicen que hay unas playas hermosas cerca de Guadalajara. Bueno, yo estuve cuidando a nuestra madre. Mirá, siempre me pedía que le ponga documentales de México porque tenía la esperanza de verte, entonces yo iba al videoclub los viernes y alquilaba el mismo (el único que había) y ella se pegaba al televisor para ver si te encontraba, ¡que boluda! Me hizo ponerle televisión en la habitación, en el cuartito de los chirimbolos de mierda esos que dejaste vos, te acordás, cuando te hacías la artista, en el living y en la pieza de Timoteo, porque creía que en cada lugar la televisión reflejaba cosas diferentes. Lo que pasa es que no aceptaba que te hubieses olvidado de nosotras. Las cartas que mandaste ni se las mostré. Mirá que iba a tener ganas de verte en bikini, con otras modelos (putas como vos) mientras ella estaba dependiendo de un suerito para vivir. A lo último ella se levantaba, saltaba a la silla de ruedas, recorría la galería y se encerraba en el cuartito a ver el video, una y otra vez. El pasillo que conducía a ese galpón del diablo ya tenía las marcas de las ruedas, y yo iba a atrás dele que te dele limpiando los surquitos, y de paso escuchaba que mamá hablaba sola, más loca que una cabra estaba. Ella sacaba los adornos que hiciste vos, los de cerámica especialmente, y los ponía en la sala de estar, a la vista de todos; yo esperaba que se duerma y los volvía a llevar, y así estuvimos hasta que se murió. La casa insistía en llenarse de vos. Los roperos, llenos de tus vestidos de prostituta, los zapatos, todo parecía multiplicarse y llenar las habitaciones, no sólo la tuya, todas, y me terminaron empujando para afuera y al final me fui a dormir con mamá. Cuando quemé las hojas del jardín en el otoño aproveché para tirar tus fotos, que cubrían todas las paredes, desde la entrada hasta el baño del fondo, pero mamá se las acordaba tan bien que, recreaba tu rostro a la perfección con un lápiz de grafito. Después perdió el pulso y a la mierda. A esos dibujos yo les hacía bigotes, granos y anteojos y le ponía globitos que decían soy una estúpida, una gorda, soy horrenda. Me mataba de risa. Entonces mamá escribía tu nombre por todos lados como podía, y al final lo hizo con un fibrón indeleble y no lo pude sacar más. Entre tu ropa, tus pelotudeces y tu nombre grabado a fuego en las paredes, la casa me invita a retirarme. Me hacía acordar a mamá: no quería vivir si vos no estabas. Pasé varios días en el patio, a la intemperie, como aquella vez que me hicieron dormir afuera porque te había pegado un roscazo, ¿te acordás? Me comieron los zancudos pero valió la pena. Ahora mamá está muerta y vos estás lejos pero yo otra vez abajo de un toldo rodeada de mosquitos que zumban tu nombre. La piscina está llena de agua marrón y yo diría que, de no mediar inconvenientes, los insectos se van a declarar amos y señores de esta propiedad en cuestión de días. No me importa. Al menos se van a comer tu recuerdo. Ahora me vine corriendo al cuarto de los chirimbolos que es el único lugar en el que las puertas no se abren solas y me tiran para afuera. El documental de México, en este rincón de la casa, está en continuado. Nunca lo devolví al videoclub y por supuesto, tampoco me lo reclamaron (¿quién quisiera verte?). Estoy condenada a seguir viendo tu alegría, como en este momento, que te están alcanzando un daikiri de durazno y bailás despacito en el atardecer del Pacífico… y yo estoy con la ñata contra el vidrio, como me decía papá cuando te ibas a desfilar al boliche. Si te importaría un poco, si tuvieses un ápice de decencia al menos, voltearías a verme, Daniela, te estoy llamando. Ey, ¿me escuchás? ¿me ves? ¿Ahí sí? Andate a cagar.

Siempre tuya,
Carolina.

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