4 de otoño.
Pedro,
te escribo esta carta antes de lo pensado. Hasta hace unas horas, la primera sería la que iba a darte junto al último abrazo, antes de que partieras. Otra prueba que delata la fragilidad de mis formas, la ingenuidad de algunos planes. Otra piedra con la que tropezamos quienes pisamos el presente con un pie en ese tiempo desconocido, incierto, inexistente. Ese que algunos llaman futuro. Otra evidencia que respalda tu forma de estar-en–el-mundo y tus últimas palabras, esas que no dijiste en caliente, pero todavía queman.
Primero definir los objetivos, repetís. Escribo esta carta con el objetivo general de transmitirte lo que no puedo expresar con tus ojos en frente. Tal vez la seguridad de tu mirada me paraliza. Tal vez me resulta difícil no confundir convencimiento con indiferencia. ¿Se deberá a mis limitaciones para ponerle voz a las palabras?, me pregunto. El objetivo específico de estas líneas, hacerte saber que el vínculo construido por nosotros resulta uno, o mejor dicho, el que más (la tibieza se la dejamos a la UCR y la impostura al peronismo) me ha enseñado. En varios planos, en varios sentidos. Profundizar en ellos excede los objetivos y la extensión de esta carta, por lo tanto sólo voy a compartirte uno. Quizás el más unilateral, el más íntimo.
Acá, en este recodo, aprendí que el desapego es una manera de querernos, se convierte en mucho más que un libro de Almada. Es la lección más dura y más necesaria que nos dimos. Sólo puedo agradecer, a pesar de este tajo.
Descubrí, acá, el mayor desafío que tengo por delante: convertir mis sustantivos en verbo, más allá y más acá del lenguaje. Piglia decía: quienes se hacen tatuar frases son hombres de pocas palabras. Llevan escrito en la piel todo lo que tienen que decir sobre sí mismos. No sé si será así, pero elijo creerle como a las últimas palabras que dejó tu vieja: no tomes decisiones con miedo al futuro.
En la izquierda, el único culto que me permito. Esa que no se tiene, sino se la ejerce. El dolor del mundo, la llamó Conti. En la derecha, mi única fe. Esa que crea realidad, crea presencia. Crea, no produce: en ella no hay interés mensurable…Será cuestión de mirarme las muñecas, no como rutina sino como ejercicio. Las huellas como marcas indelebles, pueden volver a pisarse aunque sea para tomar otro camino o para recordarlas distintas. Ni unas ni las otras por pertenecer al pasado son pretérito.
Juzgar a un perseguidor, pedirle a alguien que renuncie a su deseo, no es un acto de amor: es un acto de castración.
Libertad y poesía, lo único que te regalaría para este mundo aunque no lo necesites: ya conquistaste la primera, ya abrazaste la segunda. No tengo dudas, la intemperie es pura potencia y la amistad un vínculo ingobernable, sui generis, como nosotros, como vos y yo.
Recordá Pedro, el amor no pesa.
Ojalá sigamos haciéndonos bien, queda mucho por aprender.
Nos vemos en el camino, Sofía.