Olga Ekkert nació en Siberia en 1990, pero llegó a la Argentina en 1995 y en su adolescencia se instaló en La Plata a estudiar Periodismo. En diálogo con Futura en Casa contó cómo va hilvanando recuerdos de una niñez migrante donde dejó gran parte de su familia en Kazakhstan.
“El apellido es alemán así que se ve ahí claramente esa historia de lo que son las guerras, Alemania y Rusia. En mi historia personal y familiar eso aparece, es algo que fui descubriendo y conociendo”, aclaró Olga Ekkert en comunicación con Radio Futura. Nació en Raduzhny y su madre y su padre eligieron irse en búsqueda de nuevas oportunidades, post caída de la URSS (1995), "Argentina en ese entonces recibió a un gran caudal de gente y no se exigían muchos trámites para ingresar así que decidimos por Argentina", expresó.
Olga es comunicadora social y docente, durante la cuarentena pensó que podría comenzar a dar clases de ruso, su lengua natal, “hace como 23 años que vivo en la Argentina y me he cruzado con gente que, al enterarse que soy rusa, sabían siempre palabras o tenían un interés por conocer el idioma y hasta el día de hoy me sigue pasando”.
Para esta tarea, Olga indagó en algo que hasta ese entonces tenía naturalizado: “el ruso fue mi primera lengua, los primeros sonidos que escuché, los primeros juegos que tuve. Después me vine de chiquita a la Argentina y fue como muy natural, como casi jugando (que aprendí español). Esos dos idiomas se entrelazaron un poco y yo podía diferenciar en cada momento en qué idioma tenía que hablar en cada lugar: en el colegio, el castellano; y en casa, siempre en ruso. Algo que mantuvimos siempre y hoy creo que gracias a eso mantengo el idioma” .
Los días de aislamiento le brindaron un tiempo para la instropección y repensar su lengua materna."Estoy revisando el idioma, volviendo a reconectarme con ese legado y con todo, me da muchas ganas de volver a encontrarme con algún grupo, con alguna gente. Volviendo a generar esos lazos que creo que en algún momento he perdido también”, expresó. Por esto señala que “ahora estoy intentando armar, crear herramientas para poder brindar ese saber y ver como poder transmitirlo para que se entienda, porque es muy distinto”, remarcó, ya que el ruso no solo cambia fonéticamente por su ascendencia del eslavo, sino que hace uso del alfabeto cirílico (basado en el alfabeto griego).
Aprender desde la infancia
Entre los recuerdos que Olga compartió se encuentra El Vagón Azul (Cheburashka, en Rusia) “un dibujito de la Unión Soviética”, creado por Eduard Uspenski en 1965 y que hasta hoy sigue siendo histórico para la tradición rusa. “Era un dibujito que miraba con mi hermana, lo habré visto por primera vez seguramente en Siberia, después en Moscú. Es sumamente antiguo, lo miraban mi mamá y mi papá. Pero los rusos y las rusas son un poco así, se aferran a esas cosas y continuamente las traen a colación”, señala y agrega que el personaje de Cheburashka cobró una singular relevancia en las última olimpíadas ya que fue el emblema de la delegación. “Es un dibujito que tenía unas canciones hermosas, que hoy en día intento aprenderlas”, expresó y agregó que eso le permite compartir el idioma con sus sobrinos. “La canción un poco habla del tiempo que se va y que lo mejor está por venir”, sumó.
Olga destaca que es importante “no quedarnos con esas imágenes estereotipadas” que se tiene del país soviético, ya que “siempre se muestra quizás esa parte: lo distinto, lo exótico. De esto del frío y la nieve. Lo que los rusos hacen o el vodka. Siempre recae un poco en eso. Sí, es verdad, he tenido discusiones, debates respecto a eso, pero es cuestión de conocer a alguien de manera más cercana y entablar una conversación”.
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