Ramón Castillo se conmovió con las fotos. Ese fue el primer paso. Se detuvo minuciosamente en el registro realizado por fotógrafos enviados desde distintos lugares del mundo para cubrir la quema de libros ordenada por Pinochet que tuvo lugar en las Torres de San Borja el 23 de septiembre de 1973, exactamente doce días después del golpe de Estado. Este complejo de edificios fue uno de los bastiones de Allende en la Unidad Popular para brindar una solución habitacional a la clase media chilena. Allí se llevó a cabo una de las quemas más importantes de bibliotecas personales.
Castillo exploró esas imágenes con lupa, hizo zoom en las tapas de los libros que se estaban incinerando, en los ejemplares que los soldados trasladaban hacia las piras distribuidas en el asfalto. En una tarea detallista, anotó cada uno de los títulos que pudo distinguir. Durante años, se abocó a recuperar aquellos títulos que habían pertenecido a bibliotecas personales hasta entonces perdidas, desmembradas, destruidas, y armó una red de complicidad con bibliotecólogos, artistas, historiadores. En agosto de 2013, participó como uno de los impulsores y curador de la muestra de ese material en la Universidad Diego Portales.
Durante la dictadura chilena, muchos libros -por temor, autocensura u orden explícita de los mandos militares- fueron quemados, escondidos o enterrados en miles de hogares e instituciones, configurando un espectro de autores, títulos y temáticas silenciadas, imposible ya de precisar y cuantificar. Se destruyeron millones de obras, pasando por escritores latinoamericanos o sencillamente publicaciones educativas, culturales, filosóficas o políticas. Desde Biblioteca Recuperada, definieron su propuesta como un ejercicio de memoria y recuperación a partir de una exposición que se abre como campo de investigación de la historia nacional. Y se presentó, fundamentalmente, como “un homenaje a los lectores”.
Entablar diálogos que atraviesen el continente
Las experiencias "Libros quemados, escondidos y recuperados a 40 años del golpe" y Libros que Muerden dialogan a ambos lados de la cordillera. Hablan de quemas, formas censura y clausura, decretos que dictaminan prohibiciones, pero también de recuperación, hallazgos, lecturas y prácticas de memoria. Proyectos para revisar el pasado para pensar el presente.
Las formas de prohibición y censura se dieron en Chile de una manera similar a la Argentina, aunque con algunos matices. “Hay cosas que nos hermanan y otras diferentes en estas dos dictaduras, no sólo por la cantidad de tiempo que duraron, sino por los procesos posteriores”, aclaró Florencia Bossié, integrante de Libros que muerden, en diálogo con Radio Futura. También explicó que en Argentina se cuenta con varios archivos que dan cuenta de los mecanismos de censura, a diferencia de la situación chilena, donde aún hay una ausencia o falta de documentación.
Asimismo, Bossié destacó que “En Argentina hubo, efectivamente, un plan sistemático, organismos del Estado e intelectuales dedicados a analizar los libros. Los chilenos dicen que allá no fue tan sistemático, el azar jugó más. Y hay que ver que nosotros también llevamos, por haber sido la dictadura chilena más larga, una ventaja mayor de procesos de generación de memoria Es una cuestión de tiempos y procesos sociales, son caminos que hay que transitar para que algunas cosas vayan decantando”.